sábado, 2 de septiembre de 2023

Setiembre 2 de 2023

 


EL AJUSTE ESPACIAL

El geógrafo británico David Harvey, profesor distinguido en la escuela de graduados

de la Universidad Municipal de Nueva York y uno de los más importantes teóricos

sociales marxistas contemporáneos, desarrolló el concepto marxista de ajuste espacial

(spatial fix) para referirse al desplazamiento territorial del capital excedente. Según esa

idea, el capital cruza las fronteras nacionales para optimizar el funcionamiento de sus

excedentes y así crea nuevas geografías, ajustadas a sus necesidades, reconfigura las

características de la producción y la demanda en nuevos escenarios y configura

una nueva división internacional del trabajo. La globalización financiera y las sucesivas

crisis simultáneas en todo el mundo son manifestaciones de estos desplazamientos y

revinculaciones. El texto que ofrecemos a continuación fue traducido y publicado en

mayo por la revista Jacobin y analiza la confrontación entre Estados Unidos y China,

la dinámica capitalista que la impulsa y las razones por las que debería preocuparnos

la posibilidad de una nueva guerra.

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial se planteó un verdadero problema

en el horizonte de la economía global. Había grandes posibilidades de que se recrearan

 las condiciones de la depresión de los años treinta, aunque esta vez en el marco del

 enorme incremento de la capacidad productiva favorecido por la economía de guerra

y con una gran cantidad de tropas militares regresando a sus hogares. Frente a

esta situación, las autoridades políticas de Estados Unidos comprendieron algo importante:

 el proceso de descolonización, que se había convertido en un hecho desde que terminó

la Primera Guerra Mundial, representaba una ventaja. Era necesario deshacerse del control

que el Reino Unido, Francia y Países Bajos ejercían sobre sus posesiones coloniales para que

estas dejaran de ser mercados cautivos de las potencias imperiales. Dado que no tenía

tantos mercados cautivos, Estados Unidos dirigió la apertura en beneficio de sus

propios intereses. Entendió que podía colonizar el mundo con tanta facilidad como

el Reino Unido y Francia, pero a través de un sistema global de libre comercio.

 

La descolonización y la apertura del mundo a estructuras alternativas de desarrollo

ayudarían a absorber los excedentes de capital estadounidenses de la posguerra.

Esta fue la genialidad del Plan Marshall. Sin embargo, el plan no consistía simplemente

en utilizar a Europa como un sumidero para las mercancías excedentes de Estados Unidos.

 Se trataba también de reconstruir el capital y los sitios de acumulación de capital en

 todo el mundo, expandiendo considerablemente el mercado mundial. El capital

excedente se desplazó hacia Japón y Europa, lo cual conllevó la revitalización de

 esas economías.

 

El período que va desde 1945 hasta 1970 estuvo caracterizado por un crecimiento

espectacular de la economía global, y esto dependió en buena medida de la creación

de estos centros alternativos de expansión y acumulación de capital. Sin embargo, en los

años ochenta, Japón y algunas partes de Europa Occidental empezaron a superar a Estados

 Unidos en el escenario mundial. Estados Unidos se encontró en la situación de haber

 ayudado a crear a sus propios rivales. Si estuviese escribiendo esto en los años

 ochenta, estaría describiendo a Japón y a Alemania Occidental como hegemónicas

en términos del capitalismo mundial. Estos eran los países que llevaban la delantera

 en aquel entonces.

 

Estados Unidos alentó este proceso porque representaba un beneficio particular,

especialmente en el contexto de la Guerra Fría con la Unión Soviética y frente a

las perspectivas de surgimiento de una alternativa comunista en China. A Estados

Unidos se le planteó entonces el problema de cómo combatir el crecimiento

explosivo de Alemania Occidental y Japón. Su solución fue crear un orden mundial

 normativo en el cual todos los países pudieran competir y beneficiarse del comercio

 libre. Estaba convencido de que podía resultar ganador bajo este nuevo sistema, en

 parte porque fue construido salvaguardando la ventaja de sus propios capitales.

 

Este fue el orden neoliberal del libre comercio: la reducción sistemática de las barreras

aduaneras y la creación de un sistema financiero global que facilitaba el desplazamiento

tanto del capital como de las mercancías a lo largo y ancho del mundo. El auge de las nuevas

 tecnologías del transporte y las comunicaciones también fue de gran ayuda. Una de las

consecuencias de esto fue el desarrollo de múltiples centros alternativos de acumulación

 de capital. Japón, por ejemplo, se desarrolló enérgicamente durante los años sesenta sólo

 para terminar, en los años setenta, con enormes cantidades de capital excedente. ¿Y qué iba

 a hacer con él? Japón exploró la posibilidad de un ajuste espacial (spatial fix).

 

Marx brinda una descripción interesante de cómo funciona este ajuste espacial. El territorio

 con capital excedente presta dinero en otras partes del mundo, que luego lo utilizan

para comprar mercancías del país con excedente de capital. El país de destino puede

utilizar las mercancías que compra para satisfacer los deseos y las necesidades de su población

—a través del consumismo— o para construir infraestructura y trabajar en proyectos que

 conduzcan a seguir desarrollando el capitalismo en su territorio.

 

 

 

De esta manera, Japón empezó a “colonizar” el mercado de consumo de Estados Unidos.

Esto derivó en la “invasión” japonesa de la economía estadounidense: compró el Centro

Rockefeller y se metió en Hollywood mediante la compra de Columbia Pictures. De esta

forma, el capital excedente volvió a fluir desde Japón hacia Estados Unidos, pero también

 se expandió por el resto del mundo, con lo cual el país llegó incluso a asumir una postura

 minimperialista en muchos mercados emergentes, como los de América Latina. Poco

 tiempo después pudimos apreciar secuencias similares en toda Asia. Aunque al comienzo lo

hizo bajo una dictadura militar y no en el marco de una economía de libre mercado,

Corea del Sur se desarrolló. Estados Unidos impulsó este proceso por un motivo

muy sencillo: la contención del comunismo.

 

La Unión Soviética y China planteaban una amenaza. Estados Unidos necesitaba una

 Corea del Sur próspera y procapitalista para limitar la expansión comunista. Por lo

tanto, apoyó el desarrollo de la economía coreana, facilitándole transferencias

tecnológicas y ofreciéndole un acceso ventajoso a los mercados estadounidenses. Pero hacia

 fines de los años setenta, Corea del Sur estaba generando un capital excedente con su

 gran aparato productivo. Entonces, ¿qué hacer? Intentó hacer un ajuste espacial. Localizó

la producción de automóviles en Estados Unidos y compró algunas empresas de

 electrónica, mientras colonizaba los mercados estadounidenses y organizaba la producción

en algunos mercados emergentes al mismo tiempo. El capital excedente salió de Corea del Sur

hacia fines de los años setenta. Aparecieron de repente empresas subcontratistas coreanas

en América Central y África. Las prácticas de estas empresas en relación con los derechos

humanos y laborales eran notoriamente brutales.

 

Antes de que nos diéramos cuenta, la misma secuencia había ocurrido en Taiwán. Estados

Unidos apoyó a Taiwán porque prefería asegurarse un desarrollo económico próspero que

 permaneciera en su órbita en vez de arriesgarse a una reabsorción por la China comunista.

Entonces la industria taiwanesa comenzó a ser muy importante. Aproximadamente en 1982,

el problema del excedente de capital volvió a surgir y de repente hubo una corriente de

exportaciones de capital desde Taiwán. ¿A dónde iba? Se movía a lo largo y ancho del mundo,

 pero una parte considerable iba hacia China, que recién se abría al desarrollo capitalista.

 

Este fue el momento en el que Foxconn, que ahora es uno de los conglomerados de empresas

más grandes del mundo, empezó a desplazarse hacia China. Por lo tanto, el desarrollo chino

 posterior a 1978 se apoyó en gran medida sobre el capital taiwanés, japonés, surcoreano y,

 por supuesto, hongkonés. Hong Kong es un caso muy interesante. Antes de la apertura de

China, la industria textil y de indumentaria de Hong Kong había logrado derrotar al Reino Unido,

 que en ese momento atravesaba un proceso de desindustrialización. Las fábricas textiles

de Mánchester no podían competir con los productos de Hong Kong. El capital de Hong

 Kong quería expandirse, pero carecía de suficientes recursos, mercados y fuerza de trabajo

en su propio territorio. Entonces Shenzhen se abrió de repente y el capital de Hong Kong

se desplazó rápidamente hacia China para aprovechar la masa de fuerza de trabajo

 barata. La industrialización china de los años setenta y ochenta fue el resultado de

todas estas importaciones de capital provenientes de Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur y Japón.

 

La consecuencia de esto fue la creación de una economía increíblemente productiva

al interior de China. ¿Y qué hizo esta economía? Empezó a derrotar a sus competidores.

¿Qué pasó con Japón? La economía japonesa había empezado a desplomarse alrededor

de los años noventa. Taiwán estaba en dificultades aun cuando Foxconn, que es una empresa

 taiwanesa, empleaba a 1,5 millones de personas en China. Ahora Foxconn tiene capacidad

 productiva también en América Latina y África. Está llegando incluso a Wisconsin. Aquí está

en marcha el ajuste espacial. El capital está desplazándose perpetuamente de un lugar a otro.

 

Ahora es el turno de China de confrontar el problema de qué hacer con el capital excedente.

 

La orientación general de China parece haber cambiado luego de 2008. Este fue el año

en que pudo observarse una enorme crisis del capitalismo global. Durante este proceso,

el mercado de consumo más grande de China en Estados Unidos quebró y las exportaciones

 cayeron drásticamente. Pero en 2008, por primera vez, la inversión extranjera directa

en China fue superada por la exportación de capital. Luego de esto, las exportaciones

 de capital se dispararon y alcanzaron niveles muy por encima de las importaciones de capital.

China se convirtió en un exportador neto de capital. En vez de tomar la forma de inversiones

directas en la producción, la mayor parte de este capital tomó la forma de crédito

comercial, especialmente en los casos de África y América Latina. Los tiempos habían cambiado

desde el año 2000, cuando el mapa de las exportaciones de capital de China estaba

prácticamente vacío.

 

Para 2015, el capital excedente chino estaba en todas partes. El mundo entero quedó

atrapado en el intento chino de implementar un ajuste espacial. China empezó a orquestar

 todo esto alrededor de algo denominado la Nueva Ruta de la Seda, un plan de expansión

geopolítica que se propone destinar el capital excedente de China a la reconstrucción del

 transporte y la conectividad comunicacional del continente euroasiático, con ramificaciones

 que se extienden a lo largo y ancho de África y América Latina.

 

El ajuste espacial para resolver el problema del capital excedente chino se está convirtiendo

en un proyecto geopolítico en el marco del cual, por medio de inversiones en infraestructura,

Asia Central está siendo atraída hacia la esfera de influencia de China. Estados Unidos

 organiza buena parte de su influencia global gracias a su potencia marítima y está emergiendo

 un grave conflicto entre China y Estados Unidos en el mar de la China Meridional, pero China

 también le otorga mucho valor a su potencia terrestre en Asia Central, en donde Estados Unidos

 enfrenta muchas más dificultades para ejercer cualquier tipo de dominio.

 

China está empezando a reivindicar un control casi completo sobre Asia Central y Estados

Unidos no parece ser capaz de disputar ese terreno. Pero el proyecto de la Nueva Ruta de

 la Seda es mucho más ambicioso. Está jugando un rol muy importante en África, que en unos

pocos años, desde 2008, ha contraído una enorme deuda con China para construir

obras de infraestructura, como los ferrocarriles de África Oriental. China está implementando

la táctica clásica de prestar dinero a otros países para que compren productos excedentes

 chinos —acero, equipos de transporte y cemento—, de la misma forma que durante el siglo

 XIX el Reino Unido sustentó el desarrollo de Argentina para satisfacer sus propios intereses.

 

El objetivo es reducir radicalmente el tiempo que toma viajar desde China hacia Europa

 mediante una red de ferrocarriles de alta velocidad que atraviese Asia Central.

Esto es lo que está construyendo. Muchos analistas occidentales suelen describir todo esto

como una inversión irresponsable, argumentando que no puede ser rentable. Es probable que,

en el corto plazo, esto sea verdad, pero en el largo plazo terminará por reconfigurar la forma

en que se estructura el mundo en términos geopolíticos. Puede decirse, casi con certeza, que el

 proyecto chino es más geopolítico que económico.

 

Por lo tanto, no es un accidente que China, un país que durante muchos años evitó

 cualquier confrontación con Estados Unidos, esté desafiando en este momento su poderío en

el mar de la China Meridional. Pero, al mismo tiempo, ha logrado hacerse de un territorio

 —Asia Central— en el que no compite con nadie. Cuando estuve en China me advirtieron

muchas veces que no debía decir nada negativo sobre Rusia, puesto que claramente existe

una alianza de intereses en Asia Central y más allá. Ambos países están apoyando a Venezuela

frente a los repetidos intentos de Estados Unidos de derrocar al gobierno de Maduro, sea

mediante un golpe de Estado directo, mediante sanciones o mediante el fomento de conflictos

internos. Empezamos a percibir la emergencia de una división geopolítica global que

pronto podría transformarse en una contienda activa. Pero debe notarse cómo este proyecto

de la Nueva Ruta de la Seda converge también con el problema de encontrar un ajuste espacial

 adecuado para colocar el capital excedente y distribuir la capacidad productiva.

 

El capital está sujeto eternamente a una tasa de crecimiento compuesto de 3%, lo cual implica,

 a su vez, una tasa de reorganización compuesta de la geografía del capital y de la acumulación

capitalista global. Lo que empezamos a percibir es que el despliegue de estos ajustes

espaciales, de Estados Unidos hacia Japón, de Japón hacia China, de China hacia África y Asia

 Central, es una manifestación geopolítica de la lógica del crecimiento compuesto del capital.

 Este es el tipo de condiciones que dieron origen a dos guerras mundiales durante el último siglo.

 

La perspectiva escalofriante de una futura guerra mundial no es evidente, pero el rol que

cumplen las rivalidades geopolíticas y las teorías debe ser analizado con cuidado. Considerando

todas las tensiones actuales, especialmente en Medio Oriente, sería necio ignorarlas. Cuando

la búsqueda de ajustes espaciales para el capital excedente que ha sido acumulado se fusiona

 con las rivalidades geopolíticas, tal como sucedió durante los años treinta, es tiempo de

retroceder y tener mucho cuidado para no precipitarse de cabeza en la vorágine de las

 guerras mundiales. La geopolítica del ajuste espacial debe ser analizada con seriedad.


Fuente: Revista Lento La Diaria

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