TERRITORIOS RURALES

HOY 20 DE FEBRERO DE 2023 COMENZAMOS APORTANDO EN UNA NUEVA PÁGINA 

 

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6 DE SEPTIEMBRE DE 2025

Elogio del zorro: investigación muestra el rol de los zorros de monte como restauradores de ambientes nativos

El envenenamiento masivo de zorros ocurrido esta semana en Solís de Mataojo es ilegal pero también poco inteligente, a la luz de investigaciones recientes que muestran su importante rol ecológico como dispersores de semillas y controladores de roedores.

Ver zorros en campos y montes uruguayos no es una rareza, por suerte. En los primeros, es más común el zorro gris o de campo (Lycalopex gymnocercus), y en los segundos, el zorro perro o de monte (Cerdocyon thous), aunque ninguna de las dos especies es exclusiva de esos ambientes.

Desgraciadamente, tampoco es raro verlos muertos, ya sea atropellados en las rutas o colgados de los alambrados, donde a veces se los coloca a modo de “advertencia” para otros zorros, como si esta acción fuera efectiva para evitar que se tienten con gallinas y corderos (aunque las investigaciones realizadas en nuestro país apuntan a que los corderos son más víctimas de perros que de zorros, como veremos más adelante).

Sin embargo, observar zorros tal cual aparecieron el domingo en Solís de Mataojo es menos común y más impactante. Seis zorros –cinco de campo y uno de monte– aparecieron muertos y apilados cerca de un alambrado, al costado del camino Cerro de las Caperuzas Chico, aparentemente tras haber sido envenenados. El hecho se conoció gracias a Uruguay Fototrampeo, plataforma dedicada a la divulgación sobre fauna local.

Las semillas no sólo se ven beneficiadas por la capacidad de algunos animales de trasladarlas. A veces, cuando pasan por el tracto digestivo, aumentan su capacidad de germinación gracias a la remoción de parte de su capa exterior y al enriquecimiento nutritivo que experimentan al ser expulsadas con abono incluido.

Algunos carnívoros incluyen frutas en su menú, pero su rol como dispersores de semillas ha sido menos estudiado que en otros grupos de animales. De hecho, varios poseen características que los vuelven excelentes en esta función.


Es aquí donde entran en escena los zorros, omnívoros que frecuentan áreas alteradas por el hombre y toleran bastante bien la deforestación de bosque nativo y la forestación con monocultivos exóticos, el desarrollo agrícola y la degradación del hábitat. Estos animales son un gran medio de transporte para las semillas debido a varios motivos: pueden recorrer grandes distancias, frecuentan ambientes diversos, tienen la habilidad de retener las semillas una buena cantidad de tiempo (como sucede con los carnívoros, son de tránsito lento, por decirlo en términos publicitarios) y además no mastican mucho las frutas, lo que permite que la mayoría de las semillas que consumen permanezcan intactas después de pasar por su tracto digestivo.

Con este conocimiento en mente, los investigadores brasileños se propusieron analizar específicamente el rol como dispersor de semillas del zorro de monte (Cerdocyon thous), cuya dieta incluye pequeños mamíferos, aves, anfibios, insectos, crustáceos, frutas y carroña. Para ello, hicieron una revisión de las investigaciones sobre esta especie relacionadas con este tema.

Manda fruta

Los autores sistematizaron la información de 37 trabajos en total, cuatro de ellos realizados en la región pampeana en la que se encuentra Uruguay. Se trata de investigaciones en las que se usaron distintas metodologías para determinar qué tan buen dispersor de semillas es el zorro de monte, como el análisis de muestras estomacales (en casos de animales atropellados), examen del contenido de las heces, y pruebas de germinación de las semillas recuperadas.

Los resultados mostraron que esta especie cumple un papel muy importante en la dispersión de semillas. De acuerdo con el análisis de los trabajos, consume al menos 128 especies de plantas que producen frutos, correspondientes a 81 géneros y 43 familias, en su gran mayoría nativas (110 de 128). Los frutos son una parte importante de su dieta: fueron hallados en 62% de las muestras analizadas. Además, resultaron el ítem alimenticio principal en 35,7% de los trabajos que evaluaron la dieta de esta especie.

Sabemos que el zorro de campo es buen dispersor de semillas porque al menos 75% de las especies de plantas evaluadas en las investigaciones germinaron exitosamente después de ser ingeridas y excretadas, “lo que indica que la germinación sigue siendo altamente posible a pesar del paso por el tracto digestivo”. El trabajo concluye que esta especie “proporciona una dispersión razonablemente efectiva para muchas de las especies de plantas que consume”, a pesar de que con frecuencia las excreta en lugares poco favorables, como rutas, senderos y áreas abiertas.

La revisión también destaca la capacidad del zorro de campo para la dispersión de semillas a larga distancia, ya que se mueve en áreas grandes (de hasta casi 13 kilómetros cuadrados, según han mostrado estudios). De hecho, los autores señalan el caso de unas semillas de lobeira (Solanum lycocarpum) dispersadas por zorros a ocho kilómetros de la planta madre.

En conclusión, los zorros de monte tienen todo el potencial para funcionar como agentes restauradores de nuestros ecosistemas. El trabajo destaca que su capacidad “para prosperar en hábitats alterados reviste especial importancia para la restauración ecológica, dada la carencia de dispersores de semillas de gran tamaño en estos ambientes”. Aunque también pueden transportar semillas de plantas exóticas, lo que podría generar problemas ambientales, esta revisión muestra que consume mayoritariamente frutos nativos.

Estas conclusiones corresponden a investigaciones regionales hechas fuera de Uruguay, pero ¿por casa cómo andamos? Un par de trabajos locales, que escaparon a la revisión de los autores, muestran que los zorros también cumplen estos importantes roles ecológicos en nuestro país.

Aventuras de don Juan

“No cabe duda de que el zorro de monte es un buen dispersor de semillas por la información que tenemos de otros países de la región, aunque no haya muchos datos locales”, explica Enrique González, responsable de la Sección Mamíferos del Museo Nacional de Historia Natural. Para Enrique, es claro, con base en la evidencia existente, que los zorros cumplen este y otros roles ecológicos fundamentales en el país.

Las pocas investigaciones hechas en Uruguay apuntan en este sentido. Un trabajo de 1995, realizado por Eduardo Alonso, Ricardo Rodríguez y Mario Clara en la Estación Biológica Potrerillo de Santa Teresa, mostró que el zorro de monte dispersa semillas de palmera butiá (Butia capitata). Todos los excrementos de esta especie colectados en esa investigación contenían frutos de butiá, y se encontraron semillas germinadas en tres deposiciones de zorro en el monte. “Lo observado permite plantear la hipótesis de que el zorro de monte puede ser un agente dispersor de semillas de la palma butiá, principalmente en áreas de montes nativos”, concluía el artículo.

Trabajos adicionales hechos en el mismo lugar, a cargo de Ricardo Rodríguez y Bethy Molina, mostraron que también hubo germinación de semillas de pindó y de chal-chal (Allophyllus edulis) provenientes de heces de zorro de monte. “El zorro de monte puede tener una importante función en el proceso de dispersión de semillas en el área de estudio”, concluyen en su trabajo, publicado en 2000 por el Programa de Conservación de la Biodiversidad y Desarrollo Sustentable de los Humedales del Este.

La importancia de los frutos en la dieta del zorro de monte en Uruguay fue también demostrada por una investigación de la bióloga Alexandra Cravino, como parte de su tesina de grado, que reveló que los frutos fueron el ítem más frecuente en las heces de esta especie en el Parque Nacional San Miguel de Rocha.

Este no es el único rol ecológico importante que cumple el zorro de monte. Además de su potencial para ayudar a restaurar ambientes degradados, son buenos controladores de roedores, entre ellos ratas y ratones exóticos que transmiten enfermedades y son dañinos para los cultivos, como mostró un trabajo liderado por Natalia Mannise en 2024. Su investigación daba indicios del “impacto que puede tener reducir las poblaciones de zorros en un área”.

La misma Mannise señalaba en su tesis de doctorado que los zorros también pueden ser buenos centinelas de la salud ecológica y desempeñar un papel crítico en la detección de parásitos emergentes, como ya se ha visto en algunas investigaciones locales.

Tenés que entender cuál es la moraleja

Los zorros no necesitan justificar su existencia o utilidad desde una perspectiva humana para seguir viviendo en estas tierras, a las que llegaron, además, mucho antes que nosotros, pero estos trabajos muestran de todos modos que los beneficios que aportan superan con gran margen cualquier perjuicio que puedan ocasionarnos. Es más: la evidencia local revela que la mala reputación de los zorros como depredadores de corderos y gallinas es exagerada.

“Mucha gente de campo dice, sostiene y mantiene que hay un grado de depredación de zorros a corderos, pero a veces es difícil distinguir entre los corderos viables de aquellos que ya estaban muertos, moribundos o desahuciados”, comenta Enrique González con relación a la predación secundaria que realizan a veces los zorros

Un trabajo de 1999 hecho por el veterinario Jorge Cravino, que estudió tanto la dieta de los zorros como los signos de predación en corderos, ayuda a entender este punto. Mostró que, en el área de estudio, en la sierra Mahoma de San José, los daños económicos producidos por predación primaria (muertes de corderos debido al ataque de un predador) fueron irrisorios. El estudio señala que los productores sobreestiman la tasa de mortalidad ocasionada por predación de zorros hasta en un 300% (consideran como predados a corderos enfermos o que son mutilados post mortem, como apuntaba Enrique) y que los perros domésticos son responsables de muchos de los ataques atribuidos a zorros. El análisis del contenido estomacal de los zorros, además, permitió concluir que los ovinos no eran un componente importante en su dieta. Los trabajos de Mannise tampoco hallaron un consumo significativo de ovinos.

 

Casos como el del envenenamiento masivo de zorros en Solís de Mataojo, entonces, son ilegales y reprobables, pero también pueden convertirse en un tiro en el pie para quienes los perpetran. Tal cual revelan estos trabajos, los zorros comen muchos roedores, crías de liebre y otros animales que afectan los cultivos, y son también importantes para la salud de los ecosistemas.

En la fábula de Esopo El zorro y el granjero, un hombre decide vengarse de un zorro al considerarlo culpable de la muerte de sus gallinas y le ata un paño prendido fuego a la cola. El zorro, en su desesperación, atraviesa corriendo todos los cultivos y provoca un incendio que destruye toda su cosecha y lo deja sin nada para comer. La fábula tiene más de 2.500 años, pero su moraleja más relevante no parece haber surtido efecto.

 

Artículo: Frugivory by the Crab-Eating Fox (Cerdocyon thous) and Its Seed Dispersal Potential: A Review

Publicación: Mammal Review (junio de 2025)

Autores: Rodrigo Béllo, Liana Chesini y Marco Piz.

FUENTE LA DIARIA


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SEPTIEMBRE 6 DE 2025

¿Cómo afecta la agricultura la diversidad de hongos y bacterias y la salud de los suelos de Uruguay?

La agricultura que aplica fertilizantes y pesticidas en donde antes había pastizal afecta la diversidad de hongos y bacterias del suelo y altera su capacidad de generar materia orgánica y disponibilizar nutrientes; un trabajo llama a pensar prácticas que promuevan suelos más saludables. Mientras la expedición Uruguay Sub200 nos permite asomarnos a un mundo al que nadie nunca antes había mirado antes y ver en vivo y en directo a los organismos que habitan nuestro fondo oceánico, una reciente publicación viene a recordarnos que en nuestro país tenemos unos cuantos Uruguay Sub200. La cantidad de profundidades de nuestra biodiversidad aún inexploradas es enorme, aún cuando se trate de algo tan cercano como el suelo.

En el artículo, titulado Análisis del microbioma del suelo de pastizales y cultivos de Uruguay revela pérdidas de diversidad microbiana y de características de reciclaje de la necromasa, no exploramos ese mundo desconocido con un robot de una fundación extranjera equipado con cámaras y chiches de última generación, sino con una herramienta mucho más sofisticada –el paciente– y a veces mucho menos reconocido –el trabajo de nuestra comunidad científica–.

Ojo, si bien no tienen un robot submarino como SuBastian ni un buque como el Falkor, los autores de esta publicación recurrieron a tecnología de análisis genómico de hongos y bacterias que son el último grito de la moda en la microbiología. Con la secuenciación masiva pueden identificar genes de las bacterias y hongos presentes en las muestras del suelo, identificando especies y demás datos de la comunidad sin tener que cultivarlos de a uno, como se hacía tradicionalmente (ese es el método que aún se usa, por ejemplo, cuando nos hacen un análisis de sangre: los resultados están en unos días porque justamente hay que cultivar o dejar crecer a los posibles patógenos). También con lo que se conoce como metagenómica de escopetazo por el término en inglés shotgun, usado por los gringos que aman las armas, además de “capturar todo el repertorio genético de la microbiota del suelo”, buscar la presencia de determinados genes que se sabe que participan en procesos de interés, en este caso, genes relacionados con los ciclos del carbono y de nutrientes como el fósforo y el nitrógeno, todos de relevantes para que un suelo sea fértil, productivo y saludable.

El trabajo lleva la firma de Matías Giménez y Gregorio Iraola, del Laboratorio de Genómica Microbiana del Institut Pasteur de Montevideo, Paula Berenstecher, del Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura (IFEVA) de la Universidad de Buenos Aires, y Andrés Ligrone y Gervasio Piñeiro, del Departamento de Sistemas Ambientales de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República (Piñeiro también es investigador del IFEVA). No sólo es fascinante porque es la primera vez que se estudia la comunidad completa de hongos y bacterias presentes en suelos de pastizales naturales y de esos mismos suelos que hace más de 10 años fueron convertidos a cultivos agrícolas, sino también por las diferencias que ven en uno y otro.

Claro que en lugar de tener una foto hermosa de una estrella marina viva, como en el proyecto Sub200, aquí tenemos una foto más incómoda: lo que ven es que en los suelos convertidos a la agricultura la diversidad de hongos se desploma, mientras que en la comunidad de bacterias la presencia de especies que, entre otras cosas, ayudan a mantener la calidad y salud del suelo, como por ejemplo las que ayudan a reciclar la materia orgánica, disminuye. Para colmo, los pocos hongos que quedan en los suelos agrícolas son más patógenos o dañinos, que simbióticos o colaboradores en el mantenimiento de un sistema resiliente y saludable.

 

Para hablar de todo esto, salimos al encuentro de Matías Giménez, de cuya tesis de doctorado se desprende este trabajo, y con Gervasio Piñeiro, tutor de Matías e infatigable investigador que se desvela por la salud de nuestros suelos. Ah, de yapa eso: como decía Zitarrosa, nuestra salud “crece desde el pie”. Sin suelos saludables no podemos producir alimentos saludables, ni tener ambientes saludables, ni cuencas de agua dulce saludables. Y sin nada de eso es claro que nuestra salud está en entredicho. En un mundo que habla de una sola salud, hongos y bacterias del suelo son parte necesaria de la ecuación, incluso aún para asegurar que podamos seguir teniendo cultivos en ellos.

Claves de esta investigación

La microbiota del suelo, sus microorganismos como bacterias y hongos, son de gran relevancia como reguladores de los ciclos biológicos y químicos, impactando en la riqueza y salud de los suelos.

Un suelo saludable es imprescindible para que preste sus servicios ecosistémicos, promoviendo la vida y la salud ambiental, así como la producción agropecuaria.

En Uruguay la mayoría de los cultivos agrícolas se realizan en suelos que previamente albergaban pastizales o campo natural. Entre 2001 y 2019 se perdieron casi un millón de hectáreas debido a la expansión de cultivos y de la forestación. La transformación del uso del suelo puede impactar a su microbiota.

Un grupo de investigación se propuso ver “los efectos de las rotaciones agrícolas en las comunidades microbianas del suelo” comparando los hongos y bacterias del suelo “de cuatro fincas productivas en Uruguay” con al menos una década de rotaciones agrícolas, “con pastizales nativos pastoreados por ganado” adyacentes a esos cultivos.

En la primavera de 2020 y la de 2021 se muestrearon cuatro sitios en Florida, Soriano, San José y Salto, departamentos que están en “la principal región agrícola del país”.

Con herramientas genómicas se logró determinar la diversidad de bacterias y hongos en suelos de pastizales y cultivos, y se analizó la presencia de genes relacionados con los ciclos de carbono, nitrógeno y fósforo.

Efectos en los hongos: se detectó “una disminución significativa de la diversidad fúngica” en los suelos agrícolas. A su vez, los pocos hongos que quedaban allí eran de grupos patógenos (como los de los géneros Alternaria, Stemphilium y Pyrenophora), mientras que los que promueven simbiosis benéficas para las plantas escaseaban (como los de los géneros Cephaliophora y Collarina).

Efectos en las bacterias: si bien no hubo diferencias en la diversidad bacteriana de ambos suelos, “se observó un cambio notable en su composición”. En los suelos agrícolas encontraron menor abundancia de géneros de bacterias asociados a la descomposición y ciclo de la materia orgánica.

Efectos en la presencia de genes asociados a los ciclos de nutrientes: sostienen que “las tierras de cultivo mostraron una marcada disminución de genes y enzimas involucradas en el ciclo del nitrógeno y el fósforo, lo que indica una menor funcionalidad y resiliencia para estos procesos esenciales de los nutrientes en comparación con los suelos de pastizales”. También destacan que “la siembra y el manejo sucesivo de cultivos anuales han disminuido estas capacidades, lo que podría afectar el rendimiento de los cultivos en ausencia de aportes externos” con fertilizantes.

El trabajo concluye que queda en evidencia “el profundo impacto de las rotaciones agrícolas en las comunidades microbianas del suelo, lo que señala la necesidad crítica de prácticas agrícolas sostenibles”. Esta afectación a la diversidad y funcionalidad de hongos y bacterias en suelos agrícolas “puede comprometer la salud del suelo y los servicios ecosistémicos, como el ciclo de nutrientes y la supresión de enfermedades”.

Los autores enfatizan que “para garantizar la productividad agrícola y la salud ambiental a largo plazo, los marcos de políticas deben integrar estos conocimientos, promoviendo prácticas que mantengan la funcionalidad microbiana”.



Una investigación que junta dos mundos

En este trabajo el mundo de la Agronomía se da la mano con el de la nueva microbiología. Claro que en las ciencias agronómicas la actividad de los microorganismo era relevante, pero el enfoque tradicional pasaba por centrarse en las bacterias y hongos patógenos que enferman o perjudican a los cultivos. La nueva microbiología, en cambio, desde hace unas décadas mira a las comunidades de microorganismos y entiende que en comunidades diversas y sanas es donde se produce la magia que favorece la salud de los ecosistemas, de los cultivos y hasta de nosotros mismos. Las disbiosis, los desequilibrios en las comunidades de la microbiota (que es como se denomina también a la comunidad de microorganismos de un sistema dado), es lo que se procura evitar.

 

“Esta colaboración muy linda e interesante, surgió a partir de Gervasio y su grupo. Ellos tenían un proyecto con financiación de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación y estaban buscando un becario que investigara el microbioma del suelo en respuesta a los cambios de uso del suelo” cuenta Matías Giménez, que agrega que entonces que a instancias de Fernando Lattanzi, investigador del INIA que era parte del proyecto, Gervasio Piñeiro se contactó con el Laboratorio Genómica Microbiana del Instituto Pasteur.

“Nosotros hace tiempo que venimos estudiando la dinámica del carbono en el suelo. Nos interesa ver cómo los cambios en el uso de la tierra, irnos a forestaciones, o irnos a agricultura, o a pasturas, o permanecer en pastizal natural, altera la dinámica del carbono”, comenta Gervasio entonces. “En determinado momento nos dijimos que para entender mejor la dinámica del carbono y los cambios de uso del suelo, teníamos que entender los microorganismos, los hongos, las bacterias, las lombrices, que están haciendo cosas recopadas en el suelo”, dice con deleite. “Sospechábamos que cuando cambian o se alteran los grupos funcionales y la diversidad de microorganismos, eso impacta en la dinámica del carbono. Entonces como que abrimos esa puertita, que siempre teníamos cerrada porque nos daba miedo entrar, y nos animamos a ingresar al mundo de los bichos del suelo”, reconoce Gervasio.

 

Pero claro, si bien las herramientas de estudio de microbios son las mismas, Matías venía trabajando en una línea distinta, más enfocada en el humano, la resistencia a los antibióticos y demás. “Aquí en el Pasteur trabajaba en el Laboratorio de Genómica Microbiana, y empleábamos metodologías como la de shotgun y secuenciación masiva de microbiomas para estudiar otros sistemas y otros ambientes. Pero hasta ese momento no habíamos trabajado en microbiota del suelo todavía”, admite Matías. “Ellos vinieron con un montón de preguntas por responder, y esas herramientas que utilizábamos para microbiomas ambientales, sobre todo en agua, tenían un montón de potencial para intentar dar respuestas”, agrega.

La llamada fue también más que oportuna: posibilitaba que Matías comenzara con su doctorado, que ahora está finalizando, lo que por unos años solucionó su continuidad laboral. Ahora, si bien Matías no había trabajado en microbiomas del suelo, tampoco era completamente ajeno a la temática.

“Había trabajado previamente en Facultad de Agronomía, y mi tesis de maestría la hice en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable con Silvia Batista en el departamento donde trabajaban Federico Battistoni y Raúl Platero, que estudian microorganismos que interactúan con las plantas. En los seminarios me bombardeaban con esa información, entonces tenía ese background”, dice Matías. Damos fe de que cualquier que hable unos minutos con Federico y Raúl queda enamorado al instante del fascinante mundo de colaboración que se da entre microorganismos y plantas, en particular en sus raíces.

Matías además había trabajado en Facultad de Agronomía en proyectos con hongos asociados a raíces y en microorganismos vinculados a la producción. Pero había más para que este bioquímico se metiera gustoso en esta investigación interdisciplinaria. “Mis dos padres son agrónomos y uno trabaja en Facultad de Agronomía”, señala. Así las cosas, Matías venía con todo para meterse a pleno en este proyecto. “El ofrecimiento también venía con otra parte muy interesante e importante para nuestro país, que es la pata productiva. Entonces dije sí, vamos a meternos en este mundo. Y eso implicó aprender un montón de cosas”, reconoce.

¿Cómo impactó a la comunidad de hongos haber transformado pastizal en cultivos agrícolas?

El diseño experimental de la investigación permite comparar la microbiota del suelo de pastizales naturales con ganadería con la del suelo en predios donde se realizan rotaciones de distintos cultivos, por lo general soja y maíz en verano, y trigo, cebada y colza en invierno. El trabajo señala además que esos predios agrícolas “suelen fertilizarse con nitrógeno, en forma de urea, y fósforo”, y además en las rotaciones se suele “incluir períodos de barbecho o de pastoreo”, que no solo “integran los sistemas de producción agrícola y ganadera”, sino que es lo que permitió que al lado de los cultivos tuvieran, en exactamente el mismo tipo de suelo y condiciones climáticas, zonas de ganadería a campo natural para poder hacer las comparaciones. ¿Qué pasó entonces al comparar las comunidades de hongos de uno y otro suelo?

Primero hagamos una puntualización: en nuestro país los hongos del suelo están aún menos estudiados que las bacterias que allí hay. “Hay pocos grupos que trabajen en micología de ambientes, si bien a nivel internacional ha habido un boom últimamente. Por ejemplo, Spun es una red que busca muestrear y mediante metagenómica ver qué hongos hay en diferentes biomas de distintas regiones para tratar de describir la diversidad micológica a nivel global. Eso es algo que está muy en boga porque es algo sobre lo que no se sabe prácticamente nada no solo en Uruguay, sino a nivel internacional”, señala Matías.

“Trabajos sobre comunidades de hongos de suelo en Uruguay, en los que se hiciera secuenciación masiva, no conozco ninguno, lo que no quiere decir que tal vez no haya alguno. Había un par de artículos sí que miraban bacterias con estas técnicas, sobre todo en campo natural, pero la investigación sobre hongos viene más atrás en ese sentido”, amplía Matías. Así las cosas, la microbiota fúngica del suelo en Uruguay está casi tan inexplorada como el fondo marino que anda filmando la expedición Uruguay Sub200. Ahora sí, volvamos a las comparaciones entre suelo de pastizal y suelo agrícola en lo referente a hongos.

“Comparando agricultura y campo natural vimos que en los suelos agrícolas están muy diezmadas las poblaciones de micorrizas y de hongos simbiótrofos en general, y en ellos hay una mayor presencia de hongos patótrofos”, destaca Matías Giménez. El mote de simbiótrofo o patótrofo nos habla de cómo es que se nutren los hongos.

“Los simbiótrofos, como las micorrizas, son hongos que se nutren a través de una simbiosis con la planta. Los patótrofos, en cambio, se nutren a partir de tejidos vegetales o de otros organismos”, explica Matías. Podríamos decir entonces que los hongos simbiótrofos son buenos vecinos que prosperan haciendo prosperar al resto de la comunidad, mientras que los patótrofos son unos individualistas que embroman a todos los vecinos buscando solamente obtener el mayor beneficio para ellos. De hecho, por eso tienen la raíz etimológica “pato”, porque al alimentarse estos hongos producen enfermedades, ya sea a las plantas o a los animales.

El trabajo entonces señala que “se observó una marcada disminución de la diversidad fúngica en las rotaciones agrícolas” y lanza una posible explicación: podría deberse al “uso intensivo de fungicidas aplicados a cultivos y semillas para controlar hongos patógenos en los sistemas agrícolas de Uruguay”.

“Vemos que el uso extendido de fungicidas en las producciones agrícolas hace que no tengamos más hongos benéficos en el suelo, y que los que empiezan a predominar sean hongos patógenos, cuando el objetivo era justamente matar a un hongo patógeno como el Fusarium, que es la razón por al que por general se echa fungicida. Pero claro, matamos a ese y matamos a todos los otros. Incluso el Fusarium está bastante en esos suelos agrícolas, por lo que evidentemente logra sobrevivir, seguramente generando resistencia, que es lo que generalmente pasa cuando tenemos mucha selección con insecticidas, o fungicidas, o herbicidas”, comenta Gervasio Piñeiro. “En esa volada matamos a los hongos buenos también, a esos que generan simbiosis, y eso es un gran problema, porque esa diversidad hace que los ecosistemas sean mucho menos resilientes. Al perder complejidad, son más frágiles”, agrega.

“Como que no estamos teniendo en cuenta a los hongos. Por manejos que estamos haciendo para producir más, la afectación de la microbiota está haciendo que se produzca menos. Y ese es un problema agronómico bastante importante”, sostiene Matías.

“Si bien disminución de la diversidad de hongos en las zonas agrícolas era algo que esperábamos por el uso recurrente de fungicidas, lo que no esperábamos es que la comunidad remanente de hongos en esos suelos estuviera tan volcada hacia lo patogénico. Pensábamos que íbamos a perder un poco de todo, pero eso de que estén aumentados los hongos malos, y los buenos estén desapareciendo, la verdad que no solo es un problema, sino que además nos sorprendió”, señala Gervasio. Pero esa no fue la única sorpresa fúngica.

 

“En nuestro campo natural encontramos hongos de un género que está descrito en suelos más bien desérticos de India y de Australia. Son hongos que se asocian a raíces y son simbiótrofos, y está muy estudiado que esos hongos implican una adaptación a las sequías, porque su micelio capta muy bien agua y se la transfiere a la planta. En nuestro campo natural ese género de hongo, Serendipita, también está, pero cuando se agrega fósforo a esos suelos, esos hongos se pierden”, comenta Matías.

Lo que dice me hace acordar a una nota que cubría una investigación que reportaba que el pastizal natural era más resiliente a las sequías. No es que este hongo, por primera vez hallado en nuestros suelos de pastizal, explique todo eso, pero su presencia allí algo nos dice.

¿Qué pasó con la comunidad de bacterias?

“Esperábamos ver pérdidas en la diversidad de bacterias también”, adelanta Gervasio. Pero en ese caso, las cosas fueron distintas. “No observamos una disminución similar a la dada en los hongos ”, reportan en el trabajo.

“Que no cayera la diversidad de bacterias en los suelos agrícolas nos sorprendió. Lo chequeamos mil veces, y era así”, dice Gervasio. “Lo que sí vimos que cambia es la identidad. Si bien la cantidad de especies distintas es la misma en la agricultura que en el campo natural, los tipos y especies de bacterias que hay cambian mucho. Y ahí también cambian las funciones”, amplía.

Matías por su parte habla de otro hallazgo que lo sorprendió. “En los suelos agrícolas encontramos algunas bacterias que acumulan fósforo y que en inglés se denominan PAO, por la sigla en inglés de organismos acumuladores de polifosfatos”, reseña. Estas bacterias son grandes acumuladoras de fosfatos que luego utilizan para generar adenosín trifosfato o ATP, el “combustible” de las células.

“Son bacterias que están muy estudiadas en el área de tratamiento de fluentes, porque allí se trata de sacar el fósforo de los efluentes para poder vertirlos causando menos impactos. Esas bacterias las vimos en abundancia en los suelos agrícolas”, señala Matías. “Y claro, están en los suelos que tienen un montón de fósforo disponible. Y lo que hacen en esos suelos estas bacterias es un consumo lujurioso de ese fósforo que se está agregando como fertilizante, y están engordando”, grafica Matías. Además de curioso, hay acá un sinsentido: “estas bacterias le están sacando a las plantas el fósforo que los productores agregan”, dice Matías.

O sea que parte de ese fósforo que se le agrega a los campos cultivados está alimentando a un unas “ratas microbianas”, seres que se aprovechan de los cambios que los humanos hacemos en los ambientes. “Sí, están engordando a estas bacterias. Lo que pasa es que el microbioma se adapta y se viene adaptando desde hace millones de años, mucho antes de que estuviéramos acá. Y se va a seguir adaptando después de que nos vayamos. Y si vos le agregás fósforo al suelo, aumenta la abundancia de aquellos que pueden engordar con fósforo y quedarse ahí les viene bien. Pero eso no quiere decir que ese fósforo luego sea utilizado por la planta de alguna forma”, comenta Matías.

 

Matías y sus colegas observan entonces a estas “ratas microbianas” que viven a expensas de un fósforo que está dilapidándose en el suelo y las está favoreciendo. “Tal cual, es eso. Al menos a mí me sorprendió un poco encontrar esos microorganismos ahí”, redondea.

Pero además de cambios en la diversidad de hongos y en quiénes estaban en los suelos, hubo otros grandes cambios en las funciones que esos hongos y bacterias cumplen en el suelo. ¿Cómo observaron estos cambios funcionales? Buscando genes que se sabe que están relacionados con la conversión, degradación y metabolismo de la materia orgánica, el fósforo y el nitrógeno. Vamos a eso.

Un doble golpe: muerte de hongos y bacterias y disminución de la capacidad de reciclar los organismos muertos

En el trabajo reportan, no sin cierta preocupación, que hay una disminución de la capacidad del reciclado y descomposición “de la necromasa”, es decir, de volver a poner en el sistema el carbono de los propios organismos que hay muertos en el suelo. Los fungicidas, por ejemplo, diezman a los hongos que están en el suelo. Pero esos hongos muertos, en lugar de incorporarse al carbono y materia orgánica que hace que el suelo sea productivo, no es reciclado por otros hongos y bacterias porque quienes tienen la capacidad de hacerlo no abundan en los suelos agrícolas con fertilización y aplicación de agroquímicos.

“Creo que más allá de poder describir el microbioma del suelo de Uruguay, lo más novedoso que encontramos en este trabajo, tanto para nuestro país como para la ciencia en general, es ver que el cambio en el uso del suelo genera cambios en algunos genes que están vinculados al reciclado de necromasa de los microorganismos que descomponen a otros microorganismos”, enfatiza Matías.

“Se ha visto en artículos recientes que el carbono que está en esos microorganismos muertos, y eso de que otros microorganismos se los coman, es lo que estabiliza a largo plazo la materia orgánica en el suelo. La materia orgánica que se genera a través de ese proceso es muy estable como stock de carbono en el suelo. Aquí vemos, que en estos suelos agrícolas donde se pierde diversidad y se utilizan todos estos manejos, se va perdiendo la capacidad de reciclar la necromasa microbiana”, amplía.

“Lo que vemos es que en estos suelos agrícolas esa capacidad de la microbiota de formación y de estabilización de materia orgánica en el suelo se pierde, lo que a largo plazo es un problema, porque los suelos sin materia orgánica no son productivos”, dice Matías.

“Estamos perdiendo funciones. Por tratar de eliminar un patógeno, en la volada eliminamos otros microorganismos que tenían funciones como descomponer y ciclar la materia orgánica del suelo, que es una función extremadamente necesaria”, sostiene Gervasio.

“Por eso es que hay que procurar ser cada vez más específicos con las cosas que ponemos, tratar de eliminar solo al malo y no a todos los otros. Sabemos que hay caminos que pueden resultar más difíciles de implementar ahora, pero que después hacen que esos ecosistemas sean más autosustentables, que se defiendan con sus propios medios, que logren su propia homeostasis o un funcionamiento con menos saltos y menos pérdida de funciones. En esta transición hacia un manejo más agroecológico de nuestros ecosistemas, tenemos que empezar a ser más específicos y no tirar con la bazuca y matar todo”, sostiene.

 

Hay un paralelismo muy grande entre todo esto que estás contando aplicado a la agronomía con lo que pasa con la salud humana. Se demostró que, por ejemplo, el uso de determinados antibióticos por períodos prolongados generaba una disbiosis en el intestino en la que se eliminaban no solo las bacterias que estaban causando daño, sino también las otras. Al generarse un vacío, el intestino luego era colonizado por bacterias más oportunistas, como Helicobacter pylori, que terminan causando gran daño. Por el contrario, tener una microbiota intestinal sana y diversa, protege contra la proliferación de bacterias oportunistas, y si bien puede haber siempre algunas que son patógenas, están mantenidas a raya por la gran cantidad de bacterias de la comunidad que no lo son.

“Bueno, lo que está pasando en el suelo es exactamente eso. Estamos generando el mismo problema, nada más que el afectado no es el intestino sino el ecosistema del campo natural, o el ecosistema agrícola, que ya está muy modificado. Le tiramos cosas que matan no solo lo que queremos matar, sino todo lo demás. El Fusarium es un gran problema, sobre todo en la agricultura de invierno de Uruguay, pero evidentemente estamos matando otras cosas y eso, acabamos de ver, a la larga nos va a traer problemas”, comenta Gervasio

Problemas al perjudicar bichitos que ayudan en el ciclo del fósforo y el nitrógeno

“Una de las cosas que vimos es que el microbioma pierde la capacidad de sacar fósforo a partir de la materia orgánica. Las enzimas vinculadas a la obtención de fósforo a partir de moléculas orgánicas en la agricultura se pierden”, cuenta Matías. “Al tener fósforo en forma de fosfato inorgánico disponible, aumenta la cantidad de transportadores de fosfato y se pierden esas enzimas vinculadas a obtener fósforo a partir de materia orgánica, porque hay cada vez menos materia orgánica en el suelo”, explica.

En el trabajo dicen con claridad que “las tierras de cultivo mostraron una marcada disminución de genes y enzimas involucradas en el ciclo del nitrógeno y el fósforo, lo que indica una menor funcionalidad y resiliencia para estos procesos esenciales de nutrientes en comparación con los suelos de pastizales”. Mientras en los pastizales nativos encontraron 18 genes “involucrados en diferentes procesos del ciclo del nitrógeno”, en las rotaciones agrícolas hallaron sólo dos. En el caso del fósforo estos números fueron de 20 en pastizales nativos y de solo 7 en los cultivos. Todo esto los lleva a subrayar el “papel crucial de las comunidades microbianas en el mantenimiento del equilibrio de nutrientes esenciales, destacando aún más el impacto del uso del suelo en el potencial funcional de sus microbiomas”.

“Se van perdiendo pasos en el ciclado de esos nutrientes que a largo plazo impactan también en la productividad agrícola y en los servicios ecosistémicos que dan esos suelos”, comenta Matías. Gervasio nos lleva en un viaje aún más vertiginoso.

“Vimos que agregar nutrientes tiene un impacto muy grande, y que ganan algunas especies de bichos y otras se van”, comenta. De cierta manera es como que estamos haciendo que el suelo sea cada vez más tonto y más pobre, ya que está perdiendo la capacidad de abastecerse a sí mismo del fósforo, el nitrógeno y el carbono que está ahí abajo. Eso además genera una espiral de dependencia a futuro.

“Exacto, es como que perdés jugadores. Estás jugando un partido y perdés al 5, después al 2, y entonces el partido ya es otra cosa, casi no podés jugar. Y si en algún momento perdés al arquero, te llenan de goles. Acá está pasando algo algo parecido, estamos perdiendo jugadores y entonces dejamos de tener fósforo y la única forma de que el ecosistema más o menos funcione es metiéndole más insumos de afuera. Eso genera un círculo vicioso de dependencia. Cada vez dependemos de más insumos externos porque el suelo está perdiendo su capacidad, se está afectando sus servicio ecosistémico de soporte y regulación, que es esa capacidad que tienen los ecosistemas de soportar la producción y autorregularse. Eso generalmente los suelos lo hacen, o lo pueden hacer, a partir de la diversidad de especies que tienen. Cuando matamos jugadores, matamos funciones y perdemos servicios”, ejemplifica Gervasio.

“Nosotros siempre pensamos que los ecosistemas tienen información dentro. Esa información está guardada en las especies que hay en él. Entonces, la capacidad que tiene un ecosistema de hacer cosas, de funcionar, depende de la información que tenga adentro”, dice entonces. “Cuando nosotros manejamos a los ecosistemas, muchas veces lo que hacemos es borrar una buena parte de la información. Por ejemplo, cuando transformamos un campo natural, lo obvio es que borramos las 170 o 200 especies de pastos del campo natural que había ahí. Y capaz que lo menos obvio es que también borramos un montón de especies de hongos y de bacterias. Pero además, al transformar el ecosistema lo que hacemos es ingresar información nueva, es decir otras bacterias que no estaban antes, otros hongos que no estaban antes,y aparecen cultivos y otras plantas que no estaban antes, y entonces el ecosistema pasa a hacer cosas distintas. A veces esas cosas distintas están buenas, el ecosistema produce soja y maíz que vendemos, produce carne si le pusimos algunas vacas, pero otras cosas que hacía antes no las puede hacer más porque ya no tiene esa información”, dice.

“Este trabajo nos muestra que en los predios agrícolas se nos está yendo parte de la microbiota del suelo, y con ella se va la función que le proporcionaba nitrógeno y fósforo al suelo y al ecosistema. Es algo súper complejo, pero a partir de entender la información que había en el sistema, la que borramos y la nueva que introdujimos, podemos también pensar qué hacer y cómo realizar nuestro manejo de los ecosistemas agropecuarios”, redondea Gervasio.

Mirando el futuro

“Estamos en un momento de cambio. Creo que estamos llegando como al final de la revolución verde, al momento en que estamos sacando cuentas de qué pasó con esa revolución y estamos encontrando métodos que nos permiten medir determinadas cosas y ver las consecuencias de esos manejos que se implementaron durante un largo periodo de tiempo”, reflexiona Matías

“Se están disponibilizado un montón de herramientas para continuar generando rendimientos a esos mismos niveles pero con manejos que impacten menos en el ambiente o que tienen en cuenta la sostenibilidad a largo plazo de la forma de producción de alimentos, como es el uso de bioinsumos o el recurrir a cultivos de servicio. Hoy no podemos prescindir de esa producción de alimentos, pero tenemos que tener en cuenta que tiene que seguir por muchos años más y no sólo por el tiempo en que está un productor en su campo. Hay algo más grande que el rendimiento al corto plazo y creo que por lo menos se está dando esa discusión”, agrega.

“Pienso que hay que divulgar esta información, darla a conocer y que llegue a los técnicos y productores, que son los que están en la línea de batalla”, enfatiza. “Producir es muy difícil, tenés que estar arriba de un montón de cosas. Pero muchas veces el utilizar recetas que vienen de hace mucho tiempo, o utilizar formas que pueden aumentar la productividad en un corto plazo, o ser un poco más baratas, o más fáciles de llevar a cabo, tienen un costo que no siempre es conocido. Esta información de que al largo plazo esto está jugando en contra de ellos mismos, que va a afectar a sus hijos que se van a quedar con esa tierra, y a la producción de alimentos en general, y al ambiente que es de todos y no solamente de ellos, es algo que les tiene que llegar. Muchas de estas cosas están impactando en un ambiente que va más allá del alambrado. Y con las prácticas actuales como que no se tiene en cuenta la pata microbiana al diseñar los manejos los agronómicos”, dice Matías.

“Casi toda la Agronomía siempre se dedicó mucho a estudiar la competencia y a eliminar todo lo que compitiera con los cultivos o con las vacas. Básicamente nos dedicamos a matar cosas que compiten, a matar malezas, hongos, insectos. En mucha menor medida nos dedicamos a mirar a esos organismos que nos ayudan, y me parece que en los últimos diez años la microbiología se fue para ese lado, incluso en las personas”, reflexiona Gervasio. Es cierto, y vale la pena que volvamos a recordarlo: sin bacterias en nuestro cuerpo no podríamos hacer un montón de cosas, entre ellas, la digestión. “Me parece que la Agronomía lentamente estás haciendo ese switch. Últimamente se está empezando a plantear que no hay que matar todo, que sí hay algunas cosas que nos compiten, y nos predan, o son dañinas, pero hay otras tantas que son buenas, son necesarias, o incluso nos pueden mejorar mucho los cultivos”, agrega.

“Cuando estamos en ese afán por eliminar a todos los competidores y a todos los predadores de nuestros cultivos, o especies de interés, matamos a otras cosas que están buenas y que nos ayudan, y al hacerlo simplificamos los ecosistemas y los hacemos mucho más frágiles”, remarca Gervasio. “Lo que estas cosas apuntan es a esa calidad del suelo, a la diversidad que hay en ese suelo, a la cantidad de funciones, a la salud de ese suelo”, dice.

“Hoy se está usando mucho este concepto de una sola salud. Si queremos estar saludables, tenemos que comer plantas o animales que hayan estado saludables, y para que esas plantas o animales estén saludables, el que tiene que estar saludable es el suelo de los ecosistemas donde las plantas y los animales viven”, dice. Eso de una sola salud, entonces, crece desde el pié. “Tenemos que tener suelos saludables para tener agua saludable, ecosistemas saludables, comida y personas saludables. Está todo de la mano”.

Sin ser oficialista, Matías habló del fin de la Revolución Verde, una revolución compleja, con máquinas, insumos externos, y una descabellada carrera armamentista basada en agroquímicos para aniquilar hierbas, insectos y hongos. Este trabajo sobre microbiota del suelo, sobre hongos y bacterias microscópicas, nos habla tal vez del inicio de una Revolución de las cosas simples que podría llegar a la agricultura. Pequeños organismos del suelo que, si nos aseguramos que sigan allí, lo mantendrán sano. Y un suelo sano es un suelo productivo. Pequeñas cosas, microscópicas, ayudan a derribar el muro biocida que levantó la Revolución Verde. “Suena bonito, suena poético”, dice Matías.

 

Artículo: Soil microbiome analysis of Uruguayan grasslands and croplands reveals losses of microbial diversity and necromass recycling traits

Publicación: Environmental Microbiome (julio de 2025)

Autores: Matías Giménez, Paula Berenstecher, Andrés Ligrone, Gregorio Iraola y Gervasio Piñeiro.

FUENTE: LA DIARIA

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Julio 26 de 2025

En Uruguay la producción agropecuaria familiar es más sostenible, revela estudio sobre desempeño ambiental

Investigación sobre el impacto ambiental de predios de producción agropecuaria familiar y no familiar de todo el país arroja que la familiar es más sostenible, y plantea ver qué hacen quienes están haciendo las cosas bien para impulsar un agro tan productivo como con buen desempeño ambiental.

¿Qué es la ciencia? Sabiendo que no agotaremos el tema en unas pocas líneas, podríamos ensayar una respuesta: es el arte de hacerse preguntas e intentar responderlas con una honestidad basada en evidencia verificable. ¿Y para qué sirve la ciencia? Una excelente respuesta podría extraerse del párrafo contenido en un artículo científico recientemente publicado.

“Nuestro trabajo analizó exhaustivamente las tierras agrícolas de Uruguay, en una amplia gama de condiciones geográficas y ambientales, encontrando evidencia de que las áreas manejadas por productores agropecuarios familiares, ya sea dedicadas a cultivos, ganadería o producción mixta, exhiben un desempeño ambiental superior, mayor diversidad funcional y mayor resiliencia a la transformación de hábitats naturales, en comparación con las producciones agropecuarias no familiares”.

El texto es parte del artículo La agricultura familiar destaca por su desempeño ambiental en el sector agropecuario de Uruguay, cuyos autores son Hernán Dieguez, Gonzalo Camba, Luciana Staiano y Pablo Baldassini, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA); Federico Gallego, del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (IECA) de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República; Andrea Ruggia y Verónica Aguerre, de la sede Las Brujas del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), y José Paruelo, que tiene una pata en todos lados (en el IECA, en el INIA La Estanzuela y en la UBA). Juntos tuvieron la idea de analizar qué pasaba con el impacto ambiental de distintos establecimientos agropecuarios fijándose si en ello había alguna diferencia entre productores familiares y la producción vinculada a empresas, fondos de inversión y demás, que incluye lo que se denomina “agronegocio”. Allí está parte de la magia de la ciencia: hacerse preguntas relevantes buscando responderlas apelando a caminos que no se habían explorado antes. Su resultado más preciado no es incrementar las exportaciones o incidir en el producto interno bruto (PIB), sino generar evidencia. En base a ella pueden hacerse muchísimas cosas, entre ellas, incrementar las exportaciones o incidir en el PIB, pero, más que nada, tomar decisiones informadas.

En momentos en que, para la producción agroalimentaria, la frase más empleada es la de la búsqueda de “transiciones sostenibles”, una bolsa en la que pone de todo pero que al menos tiene la virtud de reconocer que así como se producen hoy las cosas no vamos bien, la evidencia que emerge de este trabajo es profundamente valiosa. Más aún cuando, lejos de oponer el cuidado del ambiente y el mundo productivo, el trabajo tiene la fortaleza de mostrar no sólo que hoy hay quienes producen en el campo impactando poco en los ecosistemas, sino que al marcar quiénes son estos productores sostenibles, nos tiende la mano para ver qué es lo que hacen e intentar, si nos animamos, extender esas prácticas a otras producciones que no logran tener tan buen desempeño ambiental.

Así que más rápido de lo que al morder una fruta recién sacada del árbol nos damos cuenta de que es fresca y sabrosa, vamos al encuentro de José Paruelo y Federico Gallego, dos de los autores de este trabajo tan necesario como esperanzador.

 

La producción familiar en el mundo y, ay, en Uruguay

La mayoría de los artículos científicos de nuestra comunidad científica son publicados en revistas internacionales que se publican en inglés. Si bien nuestros investigadores e investigadoras piensan las cosas en español, deben traducir sus conceptos al idioma anglosajón. Pero las traducciones no son neutras y siempre presentan desafíos. En este caso, el artículo publicado habla de family farms, y en cómo traduzcamos eso se juega un gran partido. No es lo mismo chacra, granja o establecimiento familiar. Leyendo el trabajo, uno apostaría que el término más adecuado sería el de producción familiar, pero, teniendo a los autores, mejor preguntarles directamente.

“En Uruguay usamos agricultura familiar, un concepto de agricultura que incluye a los ganaderos. Producción familiar, agricultura familiar, producción agropecuaria familiar, todo eso entra en el paraguas este de family farms, especifica Paruelo, que incluso señala que el family farms en inglés “también es una construcción” que a veces complica. “Cuando uno quiere relacionar esto con cosas que están en la literatura, tampoco encuentra eso a lo que aquí nos referimos muy fácilmente. Algunos trabajos hablan de smallholders, que son productores pequeños, que no necesariamente encajan en lo que pasa en Uruguay”, confiesa.

“En la producción familiar hay productores lecheros, hay productores agrícolas, productores hortícolas, productores frutícolas, productores ganaderos, e incluso productores que mezclan más de una de esas actividades”, amplía Gallego. “En el trabajo lo que nosotros entendemos como ‘productor familiar’ viene dado por la definición que tiene el Ministerio de Ganadería”, aclar

La descripción que hace el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) al respecto es clara y operativa. Según ella, un productor familiar “es una persona física” que realiza “actividades de producción agraria”, no tiene “más de dos trabajadores permanentes no familiares”, explota hasta 500 hectáreas “bajo cualquier régimen de tenencia”, “reside en la tierra que trabaja” o a no más de 50 kilómetros de ella, y el principal ingreso de su hogar es el del producto de su actividad agropecuaria en esas hectáreas.

Esta definición clara del MGAP viene con un corolario que fue fundamental para poder realizar esta investigación: el ministerio tiene un registro de productores familiares agropecuarios, al que describe como “una herramienta para la aplicación de políticas públicas hacia el sector”. Así las cosas, Paruelo, Gallego y sus colegas tenían información de calidad sobre qué predios de Uruguay están bajo producción familiar. Si bien registrarse como productor familiar es voluntario, en el trabajo estiman que son pocos los que no se registran, dado que hay incentivos para hacerlo. Aclarado el alcance del término, vayamos a datos que reseñan el trabajo y que llaman poderosísimamente la atención.

Según recaban, la producción familiar en el mundo constituye el 98% de todas las producciones agropecuarias y cubre entre el 53% y el 75% de la superficie agrícola global.

Cuando vamos a ver qué pasa en América del Sur, la producción familiar baja al 82% de las producciones agropecuarias y abarca solamente 18% de la superficie agropecuaria del continente.

Al llegar a Uruguay, las disminuciones son aún más drásticas. Aquí, en un país que tiene uno de sus grandes motores en el campo, la producción familiar está muy por debajo del promedio del continente: la producción agropecuaria familiar representa sólo 36% de las producciones y ocupan sólo 6,6% de la superficie donde se desarrolla actividad agropecuaria.

 

Made with Flourish

Evidentemente, estos datos nos dicen algo. ¿Por qué en Uruguay la producción familiar es tan insignificante respecto al total de la producción agropecuaria? ¿Tenemos un problema cultural, político, económico, social? “No sé si estoy en condiciones de contestar por qué se da eso”, se ataja José. Sin embargo, tiene una conjetura interesante

“Cuando se repartió la tierra en Uruguay, lo único que no se tuvo en cuenta en los antecedentes fueron los reglamentos de Artigas. Otro gallo cantaría si se hubiera seguido por el camino artiguista. Historiadores como Lucía Sala estudiaron cómo fue el proceso de reparto que se produjo después, cuando se conformó el Uruguay como tal”, dice José.

Cuenta que se respetaron los derechos de propiedad de quienes decían haber recibido tierras de los jesuitas, de la corona española y demás. “Se tomaron en cuenta todos esos antecedentes con la sola excepción del único reparto de tierras, la única reforma agraria que se había hecho, que fue la que diseñó Artigas y ejecutó Encarnación Benítez, un personaje olvidado de nuestra historia. Supongo que en buena parte eso tiene que ver con la manera en que la tierra termina distribuyéndose, tanto en tamaño como en cantidad de personas”, sostiene José, y aclara que se está metiendo en aguas que no son las suyas.

José marca un contraste: dice que si bien la producción familiar “en Uruguay tiene una importancia relativamente pequeña en cuanto a superficie, sin embargo, esa producción familiar tiene una gran importancia en la provisión de los alimentos frescos que consumimos”. Y en ese sentido remarca que “lo que llega a las ferias, que es donde compramos la mayor parte de los uruguayos, proviene de la agricultura familiar”.

 

Así las cosas, si bien José reconoce que “hay todo un tema ahí que tiene raíces y orígenes interesantes que está bueno indagar y rastrear”, vayamos ahora a la investigación que sí hicieron aplicando la ciencia en la que andan a sus anchas.

Claves de esta investigación

Pese a la importancia de la producción agropecuaria familiar en los sistemas agroalimentarios, su desempeño ambiental está “sorprendentemente subdocumentado”. Determinarlo es valioso para pensar en un agro sostenible.

En Uruguay la producción agropecuaria familiar, en cuanto porcentaje de productores y superficie abarcada, está muy por debajo del promedio mundial e incluso del de Sudamérica (que es más bajo que el mundial).

El equipo de investigación, que incluyó a integrantes del INIA, la Facultad de Ciencias y la UBA, se propuso evaluar el desempeño ambiental de producciones agropecuarias familiares y no familiares en diferentes sistemas de producción (agrícola, ganadera y mixta) en todo Uruguay.

Para ello apelaron a cinco indicadores obtenidos a partir de imágenes satelitales validados localmente que cruzaron con conjuntos de datos a escala nacional, lo que les permitió obtener “una visión sin precedentes del desempeño ambiental de la agricultura familiar en Uruguay”.

Los cinco indicadores reflejan, para cada unidad analizada, la proporción de hábitats naturales, la oferta de los servicios ecosistémicos y sus tendencias temporales, la conservación del suelo y la diversidad funcional de los hábitats no naturales. A ello agregaron “un índice sintético de desempeño ambiental” que, integrando los cinco indicadores, permite una evaluación integral del desempeño ambiental de cada unidad.

El análisis comprendió a “74.392 de las 250.321 unidades catastrales rurales de Uruguay”, abarcando “más de 11,5 millones de hectáreas”, “66% de la superficie total del país” y más del “72% de sus tierras agrícolas”. En ese vasto universo, las “unidades catastrales familiares” representaron sólo “el 15,7% del total de unidades”.

Al analizar los resultados, a pesar de una “amplia variabilidad”, encontraron que emerge un patrón claro: “Las producciones familiares superaron a las no familiares en la mayoría de los indicadores, regiones y sistemas de producción”.

Los investigadores apuntan que la producción familiar “mantiene más hábitats naturales, sustenta una mayor diversidad funcional y garantiza un mayor suministro de servicios ecosistémicos”, mostrando además “una mayor resiliencia a las perturbaciones” en comparación con las explotaciones no familiares.

En sus conclusiones, sostienen que “los hallazgos pueden orientar la investigación sobre los mecanismos que impulsan este patrón”, así como servir de valiosa información “para políticas de impulso a la producción agropecuaria familiar”.

También señalan que su investigación “enfatiza la necesidad crítica de inversión pública en políticas que apoyen la agricultura familiar, ya que brinda beneficios sociales más allá de la productividad económica y genera una recompensa colectiva a través de servicios ambientales mejorados”.

¿Por qué mirar la condición familiar de los productores agropecuarios?

Para el trabajo emplearon técnicas de medición remota en base a imágenes satelitales y modelos biofísicos, todos ajustados a lo que sucede en el terreno, que permiten construir diversos indicadores del desempeño ambiental.

Anteriormente algunos de los autores de este trabajo ya habían publicado el desempeño ambiental de distintas producciones, hallando, por ejemplo, que en nuestro país la ganadería sobre pastizal natural tenía, en general, una menor huella ambiental que la agricultura. ¿Qué fue lo que los llevó ahora a fijarse no tanto en el tipo de producción sino en si era familiar o si, en cambio, se daba mediante el modelo asociado al agronegocio, ya sea por empresas, sociedades anónimas o fondos de inversión que tienen a su cargo emprendimientos de producción agropecuaria?

“En realidad esto estuvo planteado de antes. Con Fede habíamos mirado qué pasaba en los predios no solamente teniendo en cuenta si se trataba de producción agrícola, producción mixta o producción ganadera, sino que habíamos cruzado esos resultados en el desempeño ambiental con la condición de ser productor familiar o no”, confiesa José. Eso estaba en la concepción del trabajo anterior. Incluso estaba la idea de ver qué pasaba en las colonias del Instituto Nacional de Colonización, que es un tema que ahora está bastante en el tapete por otras cuestiones”, agrega. ¿Por qué entonces no reportaron los resultados al respecto?

 

“El asunto es que mirar todas esas variables hacía que terminara siendo muy difícil armar el cuento para un único artículo, porque había demasiadas dimensiones para cruzar, describir los indicadores y demás”, responde José.

 

Las revistas científicas internacionales, por lo general, tienen límites estrictos sobre la extensión máxima que pueden tener los artículos. Poner demasiadas cosas a veces no es posible, más aún teniendo en cuenta que cada una de ellas luego tiene que ser descrita en la parte de métodos, analizada con diversas herramientas y luego explicada en los resultados. El presente artículo es entonces como si un escritor de cuentos, pongamos un Ignacio Alcuri, dejara uno un poco largo para su próxima obra porque se iba de la cantidad de páginas que la editorial estaba dispuesta a darle para su libro.

“Las motivaciones detrás de la pregunta de cómo es el desempeño ambiental de la producción familiar respecto de la no familiar son varias. Una era la oportunidad, porque esos padrones de producción familiar estaban identificados”, apunta José.

“También hay una controversia en la literatura sobre si los pequeños productores, o la agricultura familiar, tiene un impacto positivo o negativo sobre el ambiente”, prosigue. “Por ejemplo, cuando se estudian procesos de desertificación o de deterioro extremo de los recursos, aparece eso que en la literatura se llama trampas de pobreza, situaciones en las que, por ejemplo, a la gente no le queda más remedio que seguir deteriorando el ambiente porque tiene que darles de comer a las cuatro cabras que tiene. Por más que se coman la última brizna de pasto que hay, tienen que dejarlas pastar porque es una cuestión de supervivencia. Y ese es un tema que está instalado. Como decía Zitarrosa, la pobreza trae yuyos”, argumenta José.

 

Como siempre, Alfredo daba en el clavo. “Tierrita pobre y sufrida/ juntos nos fuimos gastando/ el mismo surco a los dos nos fue quemando./ La pobreza trae yuyos/ me fui enyuyando/ abrojales y espinas me fuiste dando./ Tierrita pobre y poca/ te fui matando/ a fuerza de sembrarte y sacarte tanto”, canta en “Tierrita poca”.

“Queríamos ver entonces si eso es cierto, en qué medida podemos generalizarlo para la agricultura familiar, que son los productores más pequeños, más allá de que en el trabajo no está separado en particular entre pequeños y grandes, pero de alguna manera hay una relación”, afirma José. Pero hay más: “Por otro lado, están pasando cosas importantes con la producción familiar. Por ejemplo, hay un proceso de pérdida de productores que se viene verificando a lo largo de los censos agropecuarios. Los que se pierden son los chicos, por lo que hay un proceso de concentración de la tierra que viene siendo descrito por una cantidad de gente”.

Este cambio en la estructura de la tenencia de la tierra, dice, transformó a “un país que tenía una ruralidad importante en un país totalmente urbano”, y eso tiene consecuencias importantes para este trabajo. “Se está perdiendo ese vínculo territorial y, de alguna manera, nosotros ya veníamos pensando que ese vínculo territorial del productor es muy importante desde el punto de vista ambiental. Y si eso que pensábamos que podía tener alguna importancia en el desempeño ambiental se verificaba, era una pregunta interesante”, sostiene José.

 

Trabajando con índices y medición remota

José hablaba de la oportunidad de ver qué pasaba, ya que los predios de producción familiar estaban identificados. Pero, además, hay una oportunidad que el equipo de investigadores viene construyendo desde hace tiempo y que les permitió contar para el trabajo con herramientas para mirar remotamente qué está pasando en cada rincón del país mediante imágenes satelitales. Se paran, por ejemplo, en el desarrollo de MapBiomas, que identifica los tipos de uso del suelo que se dan en nuestro territorio. También se basaron en indicadores de desempeño ambiental que ya habían desarrollado y publicado anteriormente.

“Todo ese acumulado es lo que permite hacer este tipo de investigaciones. Y ahí entra mucho el trabajo de Fede y otros colegas en desarrollar esos indicadores, en evaluarlos y en hacerlos disponibles”, remarca José.

“Fueron distintos carriles que se desarrollaron a través de distintas tesis o distintos proyectos. Si bien parecían cosas independientes, terminaron confluyendo y sintetizándose en un conjunto de herramientas que nos permiten hacer diversas preguntas”, complementa Federico.

“En esto convergen líneas que están asociadas a distintos proyectos y, sobre todo, a distintas tesis. Muchas veces la investigación se termina estructurando en torno a tesis de posgrado, porque el investigador de posgrado es el que se pone la mochila al hombro y la carga”, dice José.

“El conjunto de personas que armó este artículo trae experiencias que se construyeron con distintas tesis. La tesis de Fede miró más lo del rendimiento hidrológico, la de Gonzalo Camba se metió más con la diversidad funcional, la de Hernán Dieguez miró lo del índice de oferta de servicios ecosistémicos, la de Pablo Baldassini miró lo que sucede con las ganancias de carbono. Si bien cada uno hace su propia tesis, trabajar de manera conjunta, vinculada, compartiendo experiencias y compartiendo miradas acerca de las posibilidades que ofrece cada una de estas cosas en algún momento cuaja para poder hacer preguntas diversas, como en este caso, ver lo que pasa con relación a la producción familiar, o lo que sea que surja mañana”, describe José.

Federico agrega que “un aspecto sumamente importante de todos estos indicadores, como de las fuentes de datos de MapBiomas, es que son de acceso libre. Todos los datos que nosotros analizamos en el artículo pueden ser consultados libremente por quien quiera hacerlo. Eso a nivel académico es poco frecuente”. José coincide: “Tanto un productor como un diseñador de políticas, o un investigador, o un organismo, o cualquiera que quiera ver qué está pasando con lo que hace la producción agropecuaria en cualquier rincón del país puede ir, mirar los datos, usar estos índices y tener una idea”.

Comparando la producción familiar con la no familiar

En la investigación identificaron y analizaron qué pasaba en 74.392 unidades catastrales rurales de Uruguay, lo que supuso ver qué estaba pasando en más de 11,5 millones de hectáreas que representan más del 72% de las tierras agrícolas del país (para el análisis a su vez se dividió el territorio en seis grandes regiones que comparten características de suelo y demás en común, de manera de poder comparar las producciones familiares y no familiares en ellas).

 

En todos estas unidades catastrales, fueran de agricultura, ganadería o mixtas, se analizó el desempeño ambiental en base a cinco indicadores que se pueden calcular mediante imágenes satelitales (proporción de hábitats naturales, oferta de servicios ecosistémicos de regulación y soporte, tendencias temporales de la oferta de servicios ecosistémicos de regulación y soporte, conservación del suelo y diversidad de tipos funcionales de ecosistemas). Luego se calculó también un “índice sintético de desempeño ambiental”, que combina los otros cinco índices.

Al ver los diversos indicadores de desempeño ambiental y la relación con el tipo de productor, comienza a emerger un patrón claro. “La gran mayoría de las comparaciones sobre la proporción de hábitats naturales, la oferta de servicios ecosistémicos de regulación y soporte, las tendencias temporales de esa oferta de servicios ecosistémicos, la conservación del suelo y la diversidad de tipos funcionales de los ecosistemas mostraron un valor medio más alto para las unidades catastrales familiares que para las no familiares”, reportan. “En el 83,6% de todas las comparaciones, y en el 96,8% de aquellas con diferencias estadísticamente significativas, las unidades catastrales familiares mostraron un rendimiento superior al de las no familiares”, agregan.

“Eso que vimos era consistente a través de las regiones y tipo de producción”, explica José. “También es cierto que hay mucha variabilidad. Aun así hay un patrón, y cuando se analiza el conjunto de datos, se obtiene una señal clara que permite afirmar que la producción familiar es más sostenible y más resiliente”, dice José. Y entonces aprovecha para hablar de una de las grandes cosas que se desprenden del trabajo.

“Esa variabilidad muy grande es algo que creo que hay que explotar”, dice lleno de esperanza. Uno lo mira esperando que explique por qué. Y así lo hace: “Esa gran variabilidad quiere decir que hay gente, tanto productores familiares como no familiares, que hace las cosas muy bien en cuanto al desempeño ambiental. Entonces uno tendría que ir a esos lugares y ver qué es lo que está pasando para que haya esas diferencias. Esas son las cosas que me parecen relevantes al pensar cómo sigue este estudio, ver qué hacen los que hacen las cosas bien”, dice, con ganas de salir corriendo ya mismo a ver eso.

“Esa es una pregunta que no podemos contestar con sensores remotos. Tenemos que ir a meternos en cada predio”, suma José, y ya que habla de perspectivas a futuro, agrega otra: “Aquí miramos el desempeño ambiental, pero resta ver qué pasa con el desempeño productivo”. El tema no es menor.

 

¿Alcanza el desempeño ambiental para convencer a todo el mundo?

Uno se imagina a un ministro de Economía leyendo la nota y diciendo que es fantástico que la producción agropecuaria familiar tenga un mejor desempeño ambiental, pero que el país hoy precisa exportar. Lo que más exportamos son granos y celulosa, y lo cierto es que no tenemos mucha producción familiar de arroz, ni de soja, ni de madera. Respecto a la ganadería, uno, que no sabe nada de producción agropecuaria, escucha como un mantra que para tener rentabilidad hay una cuestión de escala, que cuanto más grande el terreno, mejores rendimientos.

 

“Eso es opinable. Hay mucho metaanálisis que señala una relación inversa, que cuanto más chico, más productivo, por razones que tienen que ver con la cantidad de mano de obra, con el grado de control y demás. No hay una idea clara de qué pasa con el tamaño y los volúmenes de producción por unidad de superficie”, relativiza José, que sin embargo no se distrae del ejemplo de la hipotética reacción de un ministro de Economía.

 

“Si viene ese ministro de Economía y me pregunta sobre la importancia de lo que vimos, le diría que el acceso a mercados, en el caso de Uruguay, está muy supeditado a estándares de calidad. Por ejemplo, la carne uruguaya tiene un 20% más de precio que la carne argentina o brasileña, y eso tiene que ver con algunos estándares, no muy bien documentados, de calidad, que están instalados”, comienza diciendo. “Esos estándares cada vez van a ser más cuantitativos. De hecho, la Unión Europea ahora está diciendo que no compra más soja si proviene de deforestación. ¿Cuánto falta para que diga que no compra soja si proviene de lo que ustedes ahí en la diaria denominan despastizalización? ¿O qué va a pasar si fija un estándar de pérdida de suelo, o de pérdida de biodiversidad o de otros indicadores ambientales?”, dice, dejando las preguntas en el aire.

 

“Si no cuidamos aspectos que tienen que ver con el desempeño ambiental, nos podemos encontrar con problemas no solamente de precios de nuestros productos, sino de acceso a mercados. Eso está claro y creo que es suficiente para convencer a un ministro de Economía”, remata. Pero, por las dudas, agrega otro argumento.

 

“Tenemos que saber si existe un conjunto de productores que está en el percentil más alto de desempeño ambiental y de desempeño productivo. ¿Quiénes son esos que están ahí arriba? ¿Qué características tienen? ¿Qué cosas hacen esos productores? Y de la misma manera, ¿quiénes son los que tienen un pésimo desempeño ambiental y un pésimo desempeño productivo? ¿Qué hacen?”, plantea José. “Eso es extraordinariamente importante para encontrar características. ¿Son arrendatarios o propietarios? ¿Son productores familiares o son productores no familiares? ¿Cuál es el nivel de apotreramiento? ¿Cuál es el nivel de diversidad que tienen? ¿Forman parte de grupos de asesoramiento cooperativo? ¿Tienen exenciones impositivas? ¿Cuáles son las herramientas políticas que están operando ahí, y las herramientas de manejo, y las herramientas de formación y de apoyo técnico que tienen? ¿Esas herramientas generan alguna diferencia o no hay ningún patrón?”, lanza entonces. “En este trabajo queda planteada la necesidad de avanzar para entender qué es lo que pasa para que haya productores con mejor o menor desempeño ambiental y productivo”, sostiene.

 

Más aún, ese mejor desempeño ambiental también es favorable para la propia producción: los servicios ecosistémicos son los que permiten que tras sembrar las semillas, o soltar el ganado, al tiempo haya algo para vender.

Un predio donde se degradó el suelo, la calidad hidrológica, la diversidad funcional va a producir menos, o al menos va a necesitar una gran cantidad de insumos externos, lo que a su vez eleva los costos. Ya vimos, por ejemplo, trabajos que muestran que la producción de soja, en su mayoría por productores no familiares, ha empobrecido nuestros suelos, o que una vez iniciada la forestación en un pastizal, su diversidad se ve afectada al punto de que, cuando se deja de forestar, la biodiversidad previa no retorna. Entonces, si uno quiere seguir produciendo y exportando commodities agropecuarios, que se produzcan afectando lo menos posible los servicios ecosistémicos que permiten justamente esa producción, debería interesarnos.

“Tenemos que aprovechar las capacidades que tenemos, entre ellas, estos indicadores, además de otros que seguramente necesitamos. También tenemos ventaja, por el tamaño de Uruguay, de una relativa homogeneidad en muchos aspectos, y también por la institucionalidad”, afirma José. “Por ejemplo, la Dirección General de Desarrollo Rural lleva un control de las políticas y mecanismos de incentivo y promoción de la agricultura familiar. Por otro lado, tenemos censos agropecuarios, tenemos la trazabilidad del ganado, que nos permite explorar vínculos entre lo productivo y lo ambiental, tenemos las declaraciones del Dicose...”.

También tenemos caravanas de vacas que no existen. Y muchas vacas sin caravana (¿será que es más fácil vender vaquitas sin caravana exportándolas de pie para que sean faenadas en otros lugares donde no se exige ninguna trazabilidad?). Pero fuera de las estafas y desvíos, el sistema de trazabilidad con caravanas existe y la gran mayoría de los productores lo usa honradamente.

“El tema de diferenciar productos, desde el punto de vista de su calidad ambiental, con la trazabilidad es muy sencillo. Nosotros tenemos forma de medir el desempeño ambiental del padrón, que es perfectamente trazable y auditable, y tenemos un vínculo entre un animal que va a faena y los padrones en los que estuvo. Unir esas dos cosas es casi trivial, desde el punto de vista operativo. Están todos los datos ahí, y además de diferenciar una carne porque proviene de feedlot, la podemos diferenciar porque proviene de un predio que está en el 25% más alto de desempeño ambiental de Uruguay. Eso me parecería un mecanismo efectivo para diferenciar productos y para darle carne a la marca país, al Uruguay Natural”, plantea José. “El Uruguay Natural tiene que estar documentado de alguna manera, porque en algún momento nos van a decir que el loguito está bárbaro, pero nos van a preguntar qué hay detrás de él. Y en algunos casos, para algunas producciones, uno podría mostrar lo que hay”, sostiene.

 

Lo que dice José es importante. Aquí no se está contraponiendo la producción al cuidado del ambiente. De hecho, casi que se hace el camino inverso: se pretende buscar qué tipos de producción son más sostenibles, cuáles tienen mejor desempeño ambiental, para ver si de ellas podemos aprender cosas y aplicarlas donde las cosas no son así.

Aportando para un futuro verdaderamente más sostenible

La lectura del trabajo me trajo a la memoria las discusiones que hubo en torno a la creación del Área Protegida del Cerro Arequita. La idea original era abarcar una gran cantidad de predios, tanto privados como estatales, protegiendo incluso las nacientes del Santa Lucía. Muchos propietarios se oponían a ello y algunos decían que nadie sabía mejor que ellos cómo cuidar sus tierras y el ambiente. Finalmente, el área se aprobó abarcando sólo los predios estatales. Pero este trabajo, de cierta manera, contempla eso. Propone mirar qué hacen los que están haciendo las cosas bien. Y ahí también hay un conocimiento a poner en valor. Gente que tal vez no se formó en Agronomía o en Ciencias Ambientales, pero que está produciendo de una forma digna de imitar. Hay una sabiduría del que tiene la tierra en la que se puede profundizar.

 


“Con relación a eso hay una cuestión que me resulta interesante”, reflexiona José. “En general, las buenas prácticas surgen de una manera deductiva. O sea, quienes trabajamos profesionalmente en cuestiones agronómicas decimos cuáles son las cosas que hay que hacer en base a determinadas evidencias que tenemos y los experimentos que hacemos. Pero esa deducción de las buenas prácticas tiene limitantes. Uno no exploró todas las interacciones, no están todas las variables contempladas”, sostiene.

 

“Esto de mirar todos los establecimientos y caracterizarlos desde el punto de vista productivo y desde el punto de vista del desempeño ambiental permitiría derivar buenas prácticas de manera inductiva. O sea, no decir que se debería hacer tal o cual cosa, sino que lo que se está haciendo para tener los mejores resultados productivos y ambientales es tal cosa. Interpretémoslo, veamos si eso tiene racionalidad o es casualidad, y de alguna manera induzcamos o derivemos esas buenas prácticas de qué es lo que está ocurriendo en el territorio”, propone José.

“¿Qué se necesita para eso? Muchos casos. Y herramientas, por ejemplo de inteligencia artificial, para explorar ese conjunto complejo de interacciones y de variables que a veces nos oscurecen los patrones y poder ver cuáles son las combinaciones que llevan a que se tenga el mejor desempeño productivo y ambiental”, dice.

“De alguna manera eso de partir de lo que está para ver cuáles son las combinaciones que determinan el mejor desempeño tiene que ver con el conocimiento local. Pero con el conocimiento local no nos alcanza, necesitamos meterle ciencia a eso, necesitamos condensar todo ese conocimiento que está disperso en una formulación que nos permita encontrar ese patrón, esa regularidad, para después poder hacer una recomendación”, señala.


El trabajo, en ese sentido, es luminoso. José me hace un baño de realidad. “Por otro lado, si bien hay prácticas que generan sistemas sostenibles, también hay prácticas que generan sistemas que no son sostenibles. Y ese es el problema de ese razonamiento que estaba detrás de no sancionar la ley de conservación de pastizales, pensar que los productores son capaces de cuidarlos por sí solos y sin una mirada más general. No tengo duda de que son capaces de cuidar el pastizal, pero también son capaces de no hacerlo. Hay distintos productores, como distintos científicos y distintos periodistas. El asunto es tratar de tener algunas pautas que permitan separar quién hace las cosas bien de quién las hace mal. Y, más importante aún, tener pautas para ayudar a quien hace las cosas mal a hacerlas bien”, dice con toda lógica.

Porque es claro: no necesariamente los productores hacen las cosas mal con la intención de degradar lo que tienen. “No estamos hablando ni de malos ni de buenos, ni de saber o de no saber. Es que si rompemos la posibilidad de un control inmediato de las acciones que se toman con los resultados que se tienen, estamos en un problema”, señala José.

En el trabajo hablan de alienación: “La agricultura familiar implica la producción no sólo de productos básicos y cultivos comerciales, sino también de productos de subsistencia o de autoconsumo, lo que reduce la alienación de los agricultores respecto de sus productos”.

 

“Con la agricultura industrial corremos el riesgo de alienar el proceso de toma de decisiones del sistema sobre el cual se toman. Hay un grupo de personas que tienen una empresa, o un fondo de inversión, en donde hay un CEO, que lo que tiene que hacer es generar más dividendos para sus empresas o para los inversores, y por lo tanto toma decisiones pensando en ese objetivo. No son buenos o malos, pero sí están desligados de las consecuencias de sus acciones en el territorio, aun de aquellas que no quisieran que ocurrieran”, comenta José. “Tomaron la decisión, por ejemplo, en Ámsterdam, o en Buenos Aires, o donde sea que esté la sede del fondo de inversión o de la empresa. Y eso es un problema, o por lo menos es algo que tenemos que advertir en los sistemas agropecuarios”, sostiene.

“Se ha sugerido que la presencia in situ de quien toma decisiones de gestión permite percibir las consecuencias negativas de sus acciones, fomentando procesos de retroalimentación estabilizadores que desincentivan prácticas ambientalmente perjudiciales”, dicen en el trabajo, citando al antropólogo Charles Redman, autor del libro El impacto humano en los ambientes de la antigüedad.

“Todo eso tiene mucho que ver con algo que ocurrió, que fue la financiarización de la actividad agropecuaria. La aparición de los fondos de inversión y de los procesos de apropiación de tierra vinculó dos mundos, el financiero y el agropecuario, que tienen lógicas y dinámicas muy distintas”, comenta José.

Eso quedó clarísimo en el caso de Conexión Ganadera. La aproximación financiera a la producción de ganado vacuno generó justamente una desconexión ganadera que permitió que gente que no sabe cómo se cría una vaca no pudiera detectar que allí había, además de una financiarización de la producción de alimentos, una estafa. Si Conexión Ganadera hubiera arrasado el ambiente, quienes invirtieron su dinero allí no tendrían cómo saberlo. Retirarían sus ganancias desconectados de los procesos ecosistémicos que las hicieron posibles. “Si bien no quiero hacer leña del árbol caído, lo de Conexión Ganadera es un ejemplo extremo del problema. Me parece que la financiarización de la producción está también detrás de lo que vimos”, dice José.

Lo que el trabajo parecería indicar es que la producción familiar brinda una especie de “protección” contra este efecto de la financiarización de la producción agropecuaria. “Sí, o por lo menos es lo que garantiza un vínculo territorial entre la producción y la gente que la está produciendo. El productor está ahí y ve qué pasa. No sé si con esto nos vacunamos contra la financiarización, porque el productor chico o grande a lo mejor tiene que caer en esas especulaciones y vende a futuro, y eso condiciona el precio que recibe y los insumos y qué sé yo. Pero seguro ayuda a combatir los problemas ambientales que pueden estar girando en torno a la producción”, afirma José.

 

Y colorín, colorado, este cuento no ha terminado. La ciencia aporta evidencia relevante. Y una vez que la tenemos enfrente, ya no somos los mismos. ¿Podremos usar esto para mejorar nuestra producción agropecuaria? Ojalá que sí.

 

Artículo: Family farming stands out for its environmental performance in Uruguay’s agricultural sector

Publicación: Agricultural Systems (julio de 2025)

Autores: Hernán Dieguez, Federico Gallego, Gonzalo Camba, Luciana Staiano, Pablo Baldassini, Andrea Ruggia, Verónica Aguerre y José Paruelo.

 


¿Qué pasa en Colonización?

En el trabajo dicen de forma expresa que dejaron fuera del análisis lo que pasa en las colonias del Instituto Nacional de Colonización. ¿Podría hacerse un trabajo similar para ver el desempeño ambiental de esas colonias?

“Sí, totalmente”, contesta José. “Lo estamos conversando con la gente de Colonización para tratar de tener una mirada de qué está pasando”, adelanta.

¿Qué tan costoso sería eso? ¿O es simplemente hacer un convenio entre el INIA, Colonización y la Udelar, y poner un poquito de dinero, tal vez como para financiar el posgrado de un estudiante? ¿Se generaría información para después ver de qué estamos hablando?

“Totalmente, no sería complicado. Y me parece que ayudaría a ponerles números a muchas cosas que se dicen y revolean ahora, a veces de manera fantasiosa, en torno a Colonización. También ese es un mundo donde hay heterogeneidades, hay predios que se manejan de manera conjunta, otros se manejan de manera individual, hay heterogeneidades productivas”, enumera José.

Hay colonos arrendatarios, hay propietarios, sigue enumerando uno. Hay colonos que viven en sus predios, y hay legisladores y… Por suerte José me interrumpe. “Sí, es muy heterogéneo el mundo de los colonos”.

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22  de mayo de 2025

Uruguay apuesta por la silvicultura pese a la preocupación por la contaminación

Viajar por el interior de Uruguay es encontrarse con un paisaje repetitivo de soja y eucaliptos. Donde acaban los bosques de una empresa empiezan los de otra. Las líneas paralelas de eucaliptos forman oscuros corredores, donde los árboles crecen durante aproximadamente diez años antes de ser talados, pelados y cargados en enormes camiones para su procesamiento.

En 2023, más de 1,1 millones de hectáreas estaban dedicadas a monocultivos de eucalipto y pino, aproximadamente el 6% de la superficie de Uruguay. A medida que aumenta la preocupación por los daños medioambientales asociados a la industria de la celulosa y el papel de Uruguay, aparecen en el horizonte planes de expansión.

En 2024, la celulosa se convirtió por primera vez en el principal producto de exportación de Uruguay, superando la carne vacuna. Representó el 20% del total de las exportaciones anuales de Uruguay, generando unos ingresos de más de 2.500 millones de dólares. Sólo dos empresas dominan el mercado: la finlandesa UPM, con dos plantas, una en el departamento de Fray Bentos y otra en el de Durazno, y Montes del Plata, con sede en el departamento de Colonia, en el suroeste de Uruguay.

China fue el principal destino, recibiendo el 42% de las exportaciones uruguayas de celulosa. Dialogue Earth habló con Ignacio Bartesaghi, que dirige el Instituto de Negocios Internacionales de la Universidad Católica del Uruguay, quien afirma: “China es un socio clave en este y otros productos, pero especialmente en el caso de la celulosa, y el potencial para un mayor crecimiento de la producción de celulosa”.

En sus últimos planes de mitigación del cambio climático –presentados a la ONU en 2024 y que abarcan hasta 2035–, el gobierno de Uruguay declara su intención de aumentar la superficie de plantaciones forestales en un 20% de la superficie total registrada en 2020. También prevé mantener la misma superficie de “tierras de bosque nativo” registrada en 2012 (aunque existe una falta de acuerdo general sobre cómo definir este término).

La presidenta de la Sociedad de Productores Forestales de Uruguay, Lucía Basso, sostiene que “hay espacio para más” plantaciones de eucaliptos. Basso espera, al igual que el gobierno, que el país alcance los 1,8 millones de hectáreas forestadas en 2050.

La silvicultura, motor de la política

El sector forestal uruguayo se vio impulsado en 2005, cuando Uruguay cerró un acuerdo con UPM (entonces denominada Botnia) para la construcción de una planta de celulosa. Así nació la primera planta de celulosa en la costa del río Uruguay, situada en el departamento de Fray Bentos, en la frontera occidental del país con Argentina.

“El desarrollo de esta industria es el resultado de una acertada política estatal, la Ley Forestal”, explica Bartesaghi, “que junto con otra política sobre zonas francas y puertos francos ha permitido que fluyan hacia el sector inversiones por valor de varios miles de millones de dólares”.

La Ley Forestal de 1987 ha impulsado el sector de diversas maneras. Habilitó subvenciones y exenciones fiscales. Definió los suelos de prioridad forestal, que en general se trata de suelos poco productivos para fines agrícolas aunque sí permiten la ganadería de pastizal que caracteriza al país. Estableció la necesidad de un aval de la Dirección General Forestal del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca para que un proyecto de plantación pueda seguir adelante; las nuevas plantaciones de entre 40 y 100 hectáreas deben registrarse ante el gobierno; y los proyectos de más de 100 hectáreas deben superar un proceso de autorización medioambiental antes de su establecimiento.

En junio de 2023 se inauguró la segunda planta de celulosa de UPM en Uruguay. Ubicada próxima a la ciudad de Paso de los Toros, la planta recibe 1.300 camiones de troncos e insumos químicos por día y puede producir 2,1 millones de toneladas de celulosa por año. Los troncos se trituran en lo que se denomina “chips”, luego se cuecen a presión y se someten a un lavado intenso. Para ello se utilizan 129 millones de litros de agua al día, que se devuelven al río Negro después de diez ciclos. Luego, la pulpa viaja a los puertos de Montevideo y Nueva Palmira en un tren de carga que comenzó a funcionar en 2024. Y sale del país.

Contaminación forestal

Incidentes recientes, como el vertido de ácido sulfúrico en la planta de UPM en Fray Bentos a mediados de marzo, están suscitando preocupación por el impacto medioambiental de la industria de la pasta y el papel de Uruguay. La planta de Paso de los Toros acumuló 11 sanciones durante su construcción y el Ministerio de Ambiente le impuso multas por cada una de ellas. A esto han seguido tres incidentes desde su inauguración, entre ellos vertidos de soda cáustica (investigados por el ministerio en setiembre de 2023) y celulosa en cursos de agua.

En 2017, Daniel Panario, investigador científico de la Universidad de la República, fue coautor de un informe en el que se analizaba el proyecto Paso de los Toros de UPM para Serpaj, una ONG de derechos humanos. Más allá de la contribución que estos proyectos de forestación pueden hacer a la captura de carbono, el informe pone de relieve sus efectos negativos. Por ejemplo, la demanda de agua de los eucaliptos, que no son autóctonos de Uruguay, puede generar desequilibrios hídricos en los suelos del país, lo que reduce la cantidad de agua que fluye a los acuíferos para alimentar los ciclos hídricos locales.

Según Panario, otro problema son las raíces de los eucaliptos, que se extienden horizontalmente y compiten por el espacio. Esto añade una barrera al movimiento de la materia orgánica a través del suelo, lo que acelera su acidificación.

Panario también señala que, más allá de los vertidos de la planta, el agua contaminada vertida desde Paso de los Toros contribuye a densas floraciones verdes de cianobacterias en el río Negro: la contaminación aumenta la disponibilidad de nutrientes en los cuerpos de agua, lo que está alterando los ecosistemas acuáticos. Esto ha provocado, por ejemplo, grandes depósitos de cianobacterias en las playas de Palmar, un destino turístico. “Tienes que cerrar la ventana, es difícil concentrarse. Vas a sentarte a estudiar y sientes el olor”, dice el veterinario Juan Aguirrezabala. Vive en Palmar desde hace siete años y ha colaborado en las autopsias de los animales encontrados tras beber del embalse.

Dialogue Earth se puso en contacto con UPM con relación al vertido de ácido de Fray Bentos. La empresa remitió estos asuntos a las autoridades medioambientales. El Ministerio de Ambiente comunicó a Dialogue Earth que UPM aún está dentro del plazo para responder a su solicitud de información sobre el último incidente. Dice que no se descartará una fuerte sanción si se detectan irregularidades.

En su sitio web, UPM comparte información sobre la sostenibilidad de su negocio. Afirma que el 40% de su tierra se destina a actividades ganaderas, conservación de recursos naturales e infraestructuras. Describe cómo su producción utiliza un sistema de economía circular, con un control constante del agua y medidas para minimizar el impacto medioambiental.

Consecuencias comunitarias

Edgardo Gutiérrez Lavié, concejal del Partido Nacional en Paso de los Toros, sostiene que los residuos que quedan en la ciudad son importantes. Dice que puede ver la planta al otro lado del río desde la puerta de su casa, pero también puede sentirla: hay un “olor a humedad” en el aire y “un zumbido constante” procedente de las chimeneas.

“Hay problemas respiratorios, de vista, de secreción nasal”, añade. “Hay muchas cosas que contaminan, porque lo que sale de esa chimenea no es sólo humo [ordinario]. Tiene muchas toxinas”.

En los informes presentados a la comisión de seguimiento, UPM afirmó que “no se han observado contingencias medioambientales significativas asociadas a la matriz aérea”. UPM también dijo que no había recibido muchas quejas. No obstante, la empresa reconoce que “se han producido superaciones de los límites diarios establecidos [de vertido químico] y una frecuente aparición de venteos de gases olorosos diluidos, especialmente durante los primeros meses de funcionamiento”.

Mientras tanto, los manifestantes en las reuniones de la alcaldía han estado exigiendo viviendas para las 12 familias del asentamiento de La Balanza. Afirman que estas familias fueron excluidas de la entrega por parte de UPM de 60 viviendas al Estado en 2023, que incluía viviendas reutilizadas que habían sido usadas anteriormente por los trabajadores que construyeron la planta.

Uno de estos peticionarios es Lucas Correa, de 84 años, que también lamenta la falta de puestos de trabajo creados por UPM. “Muchas personas que estaban en el asentamiento con nosotros venían de otros lugares en busca de trabajo a través de UPM, pero hoy en día los puestos de trabajo aquí los proporciona el municipio, y muchas personas heredan los puestos de trabajo de sus padres. Y los demás vivimos al día o nos vamos a otro sitio a trabajar. La cosa está difícil”, dice.

La demanda de viviendas y puestos de trabajo en Paso de los Toros contrasta con lo que ocurre en la ciudad de Durazno, unos 60 kilómetros al sur. En Durazno viven muchos de los que se desplazan a diario para trabajar en la planta de Paso de los Toros, y el mercado inmobiliario es fuerte allí.

El intendente de Durazno, Carmelo Vidalín, destaca la instalación de un nuevo vivero de UPM y la llegada de 15 empresas de transporte. Entre todas generan unos 600 puestos de trabajo vinculados a la fábrica. Añade que viene defendiendo que la red de trenes de UPM se habilite también para otras mercancías, y para pasajeros. Vidalín admite, sin embargo, que “los resultados en general han sido negativos en términos de contaminación”. Afirma que siempre ha recibido buenas respuestas de UPM y de las autoridades nacionales durante los incidentes de contaminación.

Henry Rosano vive a 200 metros de las vías del tren en Durazno. Fue maquinista durante la construcción de la planta de Paso de los Toros y se dedicó a UPM; aún aprovecha las oportunidades laborales que ofrece la planta. Sin embargo, Rosano habla con cautela. Cree que UPM “dio mucho trabajo a la gente”, pero afirma que el principal beneficio –la planta de celulosa– no favorece a los uruguayos.

Rosano propone hacer balances dentro de 40 o 50 años para saber “si ha valido la pena o no”. Y concluye: “Eso lo sabrán los que vengan después de nosotros”. Claro que, si el ambiente ha sido dañado, saberlo dentro de medio siglo será entonces demasiado tarde. Fuente: La Diaria mayo 2025

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1ERO DE FEBRERO DE 2025

INTERESANTE PARA COTEJARLO CON NUESTRA REALIDAD.

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Desarrollan sistema de indicadores para evaluar el desempeño ambiental de la actividad agropecuaria de cada rincón del país

La herramienta, desarrollada por el INIA y la Udelar, permite obtener un conjunto de indicadores con base en información satelital para conocer el impacto de las actividades productivas sobre el ambiente y poner en práctica estrategias para lograr sistemas más sostenibles.

Un equipo de investigadores del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), de la Universidad de la República (Udelar) y de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina, desarrolló un conjunto de indicadores para medir, en campos de todo el país, el impacto de la actividad agropecuaria sobre el ambiente. Con este trabajo se busca obtener información clave para la toma decisiones, a nivel predial y nacional, que mejoren la sostenibilidad.

 “Enfrentamos el desafío de construir sistemas agropecuarios más sostenibles en todas sus dimensiones, desde los puntos de vista ambiental, productivo, económico y social”, dice José Paruelo, investigador principal referente del INIA, profesor de la Udelar y de la UBA, y destacó el rol que ocupa la ciencia en este proceso. “La responsabilidad del sistema de ciencia y técnica vinculado al sector productivo es, por un lado, generar conocimientos para entender cómo funcionan estos sistemas y, por el otro, desarrollar tecnologías que permitan lograr transiciones hacia sistemas más sostenibles, que emitan menos carbono, preserven la biodiversidad y cuiden la salud del suelo”, afirmó. 

La iniciativa ya fue adoptada por el gobierno, que en 2022 anunció la primera huella ambiental de la ganadería nacional, generada a partir de 15 indicadores de desempeño ambiental. Con esto se apunta a preparar al país para responder a las demandas de los mercados internacionales más exigentes y, al mismo tiempo, contar con bases objetivas para definir políticas públicas. Recientemente, el equipo de investigación amplió el uso de la herramienta incorporando ahora la agricultura, la actividad que representa los mayores desafíos que hay por delante.

 

Agricultura versus ganadería

Un estudio, publicado recientemente en la revista Ecological Indicators, permitió comparar el desempeño ambiental de la agricultura, la ganadería y sistemas mixtos (agrícola-ganaderos) de Uruguay mediante la utilización de siete indicadores sinópticos de sostenibilidad, que están basados en datos provistos por satélites y en el uso de modelos biofísicos. El trabajo abarcó predios de más de cinco hectáreas en 99.990 padrones rurales de todo el país.

 

Según esta publicación, la ganadería sobre pastizales naturales arroja el mejor desempeño ambiental en todas las dimensiones analizadas, seguida por los sistemas mixtos y, por último, por los agrícolas.

 

Respecto de la producción ganadera, la agricultura presenta una menor proporción de hábitats naturales y una mayor apropiación humana de la productividad. Este indicador se refiere al porcentaje que se llevan los humanos de la productividad total de un sistema y a la energía que queda disponible para la red trófica (es decir, para el resto de organismos de ese ecosistema a partir de la vegetación restante que aportará energía a insectos, aves y demás) y permite estimar “la intensidad del uso del suelo”, como indica el trabajo. Por ejemplo, al cosechar la soja o el maíz el productor se apropia de los granos que sembró, pero en el suelo quedan raíces que luego se descomponen y cumplen funciones ecológicas fundamentales, como la fijación del carbono, que ayuda a disminuir las emisiones netas de gases con efecto invernadero.

 

Los sistemas agrícolas más intensivos también mostraron una menor conservación del suelo y una mayor tendencia a sufrir erosión, y arrojaron una menor oferta de servicios ecosistémicos, que son los beneficios que aporta la naturaleza para dar sostenibilidad al ecosistema.

 

“Pese a estos resultados, se advierte que la agricultura tiene una oportunidad de mejorar su desempeño ambiental, debido a que todos sus indicadores mostraron una gran variabilidad”, comenta Paruelo. Es decir que los establecimientos con mejores performances en ciertas dimensiones podrían servir de referencia para implementar mejoras en otros predios, incorporando cultivos de servicio, rotaciones y otras prácticas sostenibles.

 

En este sentido, se destaca que, por ejemplo, una mayor diversidad de tipos funcionales de ecosistemas aumenta la biodiversidad y la oferta de servicios ecosistémicos, con implicancias en la ganancia de carbono, en el mejor aprovechamiento del agua y en la oferta de hábitats para distintas especies. Los “tipos funcionales de ecosistemas” permiten diferenciar los cultivos en función del manejo. Por ejemplo, si un cultivo de soja estuvo antecedido por un barbecho químico o por un cultivo de servicio, el funcionamiento de ese agroecosistema es distinto, porque va a absorber agua y evapotranspirar, emitir o capturar carbono de un modo diferente. Lo mismo si se siembra un maíz de ciclo corto o largo, de manera temprana o tardía, esa distribución en el tiempo aumenta la diversidad de los tipos funcionales.

 

La información de los indicadores de desempeño ambiental es valiosa a nivel predial, para determinar las mejores prácticas de manejo, pero también a escala regional, porque los problemas a nivel lote también impactan sobre un paisaje más amplio. “Si un establecimiento tiene problemas con el agua o con los efluentes, ese impacto va a redundar en los campos vecinos y posiblemente en toda la cuenca, aportando sedimentos o contaminación con nutrientes a un reservorio de agua y afectando el consumo de agua potable”, ejemplifica Paruelo. 


Huella ambiental

La ganadería bovina uruguaya se destaca por producirse en una gran proporción sobre hábitats naturales, principalmente pastizales, que se extienden sobre el 51% del área terrestre del país. En total, más de nueve millones de hectáreas se encuentran bajo este sistema agroecológico.

 “Los hábitats naturales son reservorios de biodiversidad. Es el lugar donde se cumplen funciones ecológicas fundamentales que están limitadas en los sistemas productivos, como un cultivo de soja, una pastura implantada o un monte frutal. Por ejemplo, ciertos animales requieren un bosque, pastizales o humedales para tener refugio, alimentarse y reproducirse”, dice Pablo Baldassini, investigador del INIA que también participó en el trabajo. “La vegetación natural es fuente de servicios específicos para los cultivos y puede mejorar la performance agrícola, porque estos ambientes sirven de refugio para especies benéficas, como polinizadores u otros insectos que controlan plagas, que también colaboran a aumentar el rendimiento de los granos”, agrega. 

Para capitalizar esta ventaja que ofrecen los pastizales y determinar políticas públicas que contribuyan a promover esta actividad y a ganar mercados en el mundo, los ministerios de Ambiente y de Ganadería, Agricultura y Pesca instaron a identificar un conjunto de indicadores que permitan medir la huella ambiental de la ganadería en biodiversidad, aire, suelo y agua. La iniciativa contó con la participación del INIA, del Instituto Nacional de la Leche y del Instituto Nacional de la Carne (INAC), y empleó cinco de los siete indicadores sinópticos utilizados en la investigación recientemente publicada. 

Uno de los objetivos de tal empresa es avanzar hacia certificaciones, tipificaciones, incentivos y regulaciones, sobre la base de un sistema generalizable y sencillo en su implementación. “En nuestro estudio utilizamos un diagrama de ‘flores’, donde cada ‘pétalo’ representa un indicador y, en función de su extensión, el nivel de desempeño ambiental. A futuro, apuntamos a que con este tipo de diagramas se pueda hacer un registro similar al etiquetado frontal de alimentos, que agregue valor a los productos por provenir de sistemas sostenibles”, sostiene Gonzalo Camba, docente e investigador de la Facultad de Agronomía de la UBA.

 Hacia adelante, el monitoreo de estos indicadores también permitiría conocer su evolución en el tiempo, para observar modificaciones en la cobertura del suelo y en la pérdida de hábitats naturales, y para analizar cambios en el desempeño ambiental de distintos sistemas productivos sujetos a diferentes manejos. 

“Estamos pensando en ampliar estas herramientas a las producciones hortícolas y forestales, y en desarrollar nuevos indicadores asociados, por ejemplo, a la eficiencia en el uso del nitrógeno o del fósforo, que pueden redundar en un mejor manejo de los fertilizantes para evitar problemas de contaminación de los cuerpos de agua”, dice Paruelo. No obstante, aclara que “si bien es posible utilizar este tipo de herramienta para evaluar esas y otras producciones, será necesario seguir estudiando, adaptando y desarrollando otros indicadores, porque las distintas actividades y sus impactos sobre el desempeño ambiental son muy diferentes”.

 La huella ambiental de la ganadería según distintos actores

Ana Laura Mello, jefa del Departamento de Protección de la Biodiversidad del MA, afirma: “Buscamos mostrar que la ganadería uruguaya es sostenible, para ponerla en valor y diferenciarnos de otros países productores de carne”. Los resultados de la huella ambiental se presentaron en la Conferencia de las Partes (la cumbre anual de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) bajo el lema “¿Es posible producir carne de manera sostenible?”.

 

“En Uruguay los animales se crían a pasto. Cuando está bien manejado, el campo natural mantiene una diversidad de especies vegetales y permite que ese hábitat también sea utilizado por otras especies de aves o de pequeños mamíferos. De hecho, nuestros pastizales han coevolucionado junto a diversos herbívoros, e investigaciones muestran que precisan del pastoreo para mantener su biodiversidad”, dice Mello.

 

El desarrollo de indicadores sinópticos sobre la base de información satelital, complementados con datos tomados a campo, serían herramientas útiles para dar un mayor sustento científico al modelo de producción uruguayo y ayudar a poner al país a la altura de las demandas de los mercados más exigentes, sobre todo de la Unión Europea, que apunta a comprar carnes certificadas que en su cadena de producción no hayan generado daños en el ambiente. Pero además, la demanda por conocer la trazabilidad de los productos comienza a crecer entre los consumidores, para lo cual también se está previendo generar información basada en los indicadores, que pueda estar disponible en góndolas. “Una persona podría leer una etiqueta y saber que la carne que está comprando proviene de una vaca que se crio en un ambiente con 70% de campo natural, por ejemplo”, afirma Mello.

 

Gianni Motta, jefe de Innovación del INAC, coincidió en la necesidad de atender las mayores exigencias internacionales. “Históricamente, los compromisos comerciales priorizaron la sanidad, la inocuidad y el origen de los animales. Luego se agregó la alimentación, para limitar la compra de vacunos que consumieron hormonas, antibióticos o promotores de crecimiento”, sostuvo, y subrayó que desde 2025 se va a implementar la primera exigencia ambiental en la historia del comercio cárnico cuando la Unión Europea sólo compre carne que cuente con un certificado libre de deforestación.

 

“Con la huella ambiental buscamos definir, a partir de una visión multiinstitucional, qué es la ganadería sostenible y cómo es posible medirla, con datos que sean auditables y que provengan de fuentes de información pública”, afirma Motta. “El resultado de esa primera experiencia fue bueno porque puso en contacto a un conjunto de actores, como ministerios, institutos de investigación y comerciales, para trabajar de manera activa en la implementación de indicadores que arrojen información científica sobre el efecto invernadero, la biodiversidad, los suelos, el agua y los nutrientes”, añadió.

 

Motta consideró que aún queda un camino por delante para difundir estos temas en el campo. “Los productores siempre han priorizado la parte económica y probablemente muchos no conozcan qué son los gases de efecto invernadero ni los compromisos del país relativos a este aspecto. En cambio, sí tienen claro cuáles son los beneficios del campo natural, la riqueza de la biodiversidad y muchos de los servicios ecosistémicos que provee, porque lo observan cuando los pastizales rebrotan después de una sequía, cuando los animales tienen abrigo y sombra en el monte, o cuando los suelos sufren menos erosión al estar cubiertos”.

 

Según Marcelo Pereira, coordinador del Proyecto Gestión del Pasto del Plan Agropecuario y presidente de la Mesa de Ganadería sobre Campo Natural, en Uruguay existe un respaldo por la implementación de los indicadores de desempeño ambiental. “En el Proyecto Gestión del Pasto del Plan Agropecuario, a partir del cual monitoreamos el manejo de los recursos forrajeros de 30 establecimientos ganaderos, todos los productores mencionan tener una gran preocupación por los temas ambientales, asociados al impacto de las sequías y a las crisis forrajeras, y todos dicen estar haciendo algo al respecto”, sostiene.

 

Según un mapeo realizado por especialistas de MapBiomas, en los últimos 38 años Uruguay perdió el 20% de los pastizales naturales (2,5 millones de hectáreas). Como contraparte, en el mismo período la superficie ocupada con plantaciones forestales aumentó 750% (1,1 millones de hectáreas) y la agricultura aumentó 42% (1,3 millones de hectáreas). Actualmente un tercio de la superficie total del país (32,3 %) está ocupada por agricultura, pasturas implantadas o plantaciones forestales.

 

Más allá de estas estadísticas, los pastizales naturales continúan siendo la principal fuente de alimento de los rodeos vacunos. Además, por su adaptación a las condiciones de esta región, son los recursos forrajeros que ofrecen una mejor respuesta a los fenómenos climáticos como las sequías. “Lo único que reacciona una vez que llueve es el campo natural”, asegura Pereira, que afirma que los indicadores de desempeño ambiental “permitirían generar datos objetivos sobre la producción y el ambiente, para ajustar cuestiones que hasta hoy son manejadas con información poco precisa”. En este sentido, sostuvo que es necesario avanzar en un proceso de extensión, para que los productores conozcan estas tecnologías y que estas se implementen en el campo.

 

Rafael Gallinal, productor ganadero del Departamento de Florida, sostiene que “los indicadores de desempeño ambiental son una oportunidad para poder tener una visión global de Uruguay y compararse con otras regiones. Me parece muy interesante poder tener indicadores en el espacio y en el tiempo, de manera de poder mejorar las trayectorias, programar y proyectar un desempeño ambiental positivo en el largo plazo”.

 

Marta Martínez, productora ganadera del departamento de Lavalleja, con 100 hectáreas destinadas a la producción vacuna, coincidió. “A algunos productores nos preocupa desde hace muchos años que el campo natural no se está cuidando como el tesoro maravilloso que es. No se le da el valor que debería tener. Soy la tercera generación de productores rurales en este lugar. Mi familia siempre se alimentó del campo y quiero entregar a mis nietos un campo en excelente estado. Entonces tenemos que buscar parámetros e indicadores para que la producción pueda ser eficiente sin destrozar el campo natural”, dijo.

 Martínez es miembro de la Asociación Uruguaya de Ganaderos del Pastizal que está trabajando en un proyecto de ley en defensa del campo natural. “Somos una asociación que cree que el campo natural es sostenible y que las familias pueden vivir de él”, enfatiza. 

Artículo: A comprehensive analysis of the environmental performance of the Uruguayan agricultural sector

Publicación: Ecological indicators (julio de 2024)

Autores: José Paruelo, Gonzalo Camba, Federico Gallego, Pablo Baldassini, Luciana Staiano, Santiago Baeza y Hernán Dieguez.

 FUENTE LA DIARIA

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Octubre 12 de 2023

Desigualdades sociales y territorios rurales en Uruguay

 

Alberto Riella y Paola Mascheroni

lo leemos en 

http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S2314-02082011000200004&script=sci_arttext

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Mayo 15 de 2023

Innovaciones y desarrollo en los territorios rurales múltiples miradas

http://www.scielo.edu.uy/pdf/agro/v24nspe/2301-1548-agro-24-nspe-e366.pdf

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Territorios rurales inteligentes

LO LEEMOS EN https://comunidades.cepal.org/ilpes/es/grupos/discusion/territorios-rurales-inteligentes.

Artículo y Foro de Discusión 

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LA DINAMICA ACTUAL DE LOS TERRITORIOS RURALES EN AMERICA LATINA.

Héctor Ávila Sánchez

Su lectura completa en https://www.ub.edu/geocrit/sn-45-40.htm

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TERRITORIOS RURALES Y PROCESOS DE MERCANTILIZACIÓN

https://revistas.flacsoandes.edu.ec/eutopia/issue/view/210

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