EL AJUSTE ESPACIAL
El geógrafo británico David Harvey, profesor distinguido en
la escuela de graduados
de la Universidad Municipal de Nueva York y uno de los más
importantes teóricos
sociales marxistas contemporáneos, desarrolló el concepto
marxista de ajuste espacial
(spatial fix) para referirse al desplazamiento territorial
del capital excedente. Según esa
idea, el capital cruza las fronteras nacionales para
optimizar el funcionamiento de sus
excedentes y así crea nuevas geografías, ajustadas a sus
necesidades, reconfigura las
características de la producción y la demanda en nuevos
escenarios y configura
una nueva división internacional del trabajo. La
globalización financiera y las sucesivas
crisis simultáneas en todo el mundo son manifestaciones de
estos desplazamientos y
revinculaciones. El texto que ofrecemos a continuación fue
traducido y publicado en
mayo por la revista Jacobin y analiza la confrontación entre
Estados Unidos y China,
la dinámica capitalista que la impulsa y las razones por las
que debería preocuparnos
la posibilidad de una nueva guerra.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial se planteó un
verdadero problema
en el horizonte de la economía global. Había grandes
posibilidades de que se recrearan
las condiciones de la
depresión de los años treinta, aunque esta vez en el marco del
enorme incremento de
la capacidad productiva favorecido por la economía de guerra
y con una gran cantidad de tropas militares regresando a sus
hogares. Frente a
esta situación, las autoridades políticas de Estados Unidos
comprendieron algo importante:
el proceso de
descolonización, que se había convertido en un hecho desde que terminó
la Primera Guerra Mundial, representaba una ventaja. Era
necesario deshacerse del control
que el Reino Unido, Francia y Países Bajos ejercían sobre sus
posesiones coloniales para que
estas dejaran de ser mercados cautivos de las potencias
imperiales. Dado que no tenía
tantos mercados cautivos, Estados Unidos dirigió la apertura
en beneficio de sus
propios intereses. Entendió que podía colonizar el mundo con
tanta facilidad como
el Reino Unido y Francia, pero a través de un sistema global
de libre comercio.
La descolonización y la apertura del mundo a estructuras
alternativas de desarrollo
ayudarían a absorber los excedentes de capital
estadounidenses de la posguerra.
Esta fue la genialidad del Plan Marshall. Sin embargo, el
plan no consistía simplemente
en utilizar a Europa como un sumidero para las mercancías
excedentes de Estados Unidos.
Se trataba también de
reconstruir el capital y los sitios de acumulación de capital en
todo el mundo,
expandiendo considerablemente el mercado mundial. El capital
excedente se desplazó hacia Japón y Europa, lo cual conllevó
la revitalización de
esas economías.
El período que va desde 1945 hasta 1970 estuvo caracterizado
por un crecimiento
espectacular de la economía global, y esto dependió en buena
medida de la creación
de estos centros alternativos de expansión y acumulación de
capital. Sin embargo, en los
años ochenta, Japón y algunas partes de Europa Occidental
empezaron a superar a Estados
Unidos en el escenario
mundial. Estados Unidos se encontró en la situación de haber
ayudado a crear a sus
propios rivales. Si estuviese escribiendo esto en los años
ochenta, estaría
describiendo a Japón y a Alemania Occidental como hegemónicas
en términos del capitalismo mundial. Estos eran los países
que llevaban la delantera
en aquel entonces.
Estados Unidos alentó este proceso porque representaba un
beneficio particular,
especialmente en el contexto de la Guerra Fría con la Unión
Soviética y frente a
las perspectivas de surgimiento de una alternativa comunista
en China. A Estados
Unidos se le planteó entonces el problema de cómo combatir el
crecimiento
explosivo de Alemania Occidental y Japón. Su solución fue
crear un orden mundial
normativo en el cual
todos los países pudieran competir y beneficiarse del comercio
libre. Estaba
convencido de que podía resultar ganador bajo este nuevo sistema, en
parte porque fue
construido salvaguardando la ventaja de sus propios capitales.
Este fue el orden neoliberal del libre comercio: la reducción
sistemática de las barreras
aduaneras y la creación de un sistema financiero global que
facilitaba el desplazamiento
tanto del capital como de las mercancías a lo largo y ancho
del mundo. El auge de las nuevas
tecnologías del
transporte y las comunicaciones también fue de gran ayuda. Una de las
consecuencias de esto fue el desarrollo de múltiples centros
alternativos de acumulación
de capital. Japón, por
ejemplo, se desarrolló enérgicamente durante los años sesenta sólo
para terminar, en los
años setenta, con enormes cantidades de capital excedente. ¿Y qué iba
a hacer con él? Japón
exploró la posibilidad de un ajuste espacial (spatial fix).
Marx brinda una descripción interesante de cómo funciona este
ajuste espacial. El territorio
con capital excedente
presta dinero en otras partes del mundo, que luego lo utilizan
para comprar mercancías del país con excedente de capital. El
país de destino puede
utilizar las mercancías que compra para satisfacer los deseos
y las necesidades de su población
—a través del consumismo— o para construir infraestructura y
trabajar en proyectos que
conduzcan a seguir
desarrollando el capitalismo en su territorio.
De esta manera, Japón empezó a “colonizar” el mercado de consumo
de Estados Unidos.
Esto derivó en la “invasión” japonesa de la economía
estadounidense: compró el Centro
Rockefeller y se metió en Hollywood mediante la compra de
Columbia Pictures. De esta
forma, el capital excedente volvió a fluir desde Japón hacia
Estados Unidos, pero también
se expandió por el
resto del mundo, con lo cual el país llegó incluso a asumir una postura
minimperialista en
muchos mercados emergentes, como los de América Latina. Poco
tiempo después pudimos
apreciar secuencias similares en toda Asia. Aunque al comienzo lo
hizo bajo una dictadura militar y no en el marco de una
economía de libre mercado,
Corea del Sur se desarrolló. Estados Unidos impulsó este
proceso por un motivo
muy sencillo: la contención del comunismo.
La Unión Soviética y China planteaban una amenaza. Estados
Unidos necesitaba una
Corea del Sur próspera
y procapitalista para limitar la expansión comunista. Por lo
tanto, apoyó el desarrollo de la economía coreana,
facilitándole transferencias
tecnológicas y ofreciéndole un acceso ventajoso a los
mercados estadounidenses. Pero hacia
fines de los años
setenta, Corea del Sur estaba generando un capital excedente con su
gran aparato
productivo. Entonces, ¿qué hacer? Intentó hacer un ajuste espacial. Localizó
la producción de automóviles en Estados Unidos y compró
algunas empresas de
electrónica, mientras
colonizaba los mercados estadounidenses y organizaba la producción
en algunos mercados emergentes al mismo tiempo. El capital
excedente salió de Corea del Sur
hacia fines de los años setenta. Aparecieron de repente
empresas subcontratistas coreanas
en América Central y África. Las prácticas de estas empresas
en relación con los derechos
humanos y laborales eran notoriamente brutales.
Antes de que nos diéramos cuenta, la misma secuencia había
ocurrido en Taiwán. Estados
Unidos apoyó a Taiwán porque prefería asegurarse un
desarrollo económico próspero que
permaneciera en su
órbita en vez de arriesgarse a una reabsorción por la China comunista.
Entonces la industria taiwanesa comenzó a ser muy importante.
Aproximadamente en 1982,
el problema del excedente de capital volvió a surgir y de
repente hubo una corriente de
exportaciones de capital desde Taiwán. ¿A dónde iba? Se movía
a lo largo y ancho del mundo,
pero una parte
considerable iba hacia China, que recién se abría al desarrollo capitalista.
Este fue el momento en el que Foxconn, que ahora es uno de
los conglomerados de empresas
más grandes del mundo, empezó a desplazarse hacia China. Por
lo tanto, el desarrollo chino
posterior a 1978 se
apoyó en gran medida sobre el capital taiwanés, japonés, surcoreano y,
por supuesto,
hongkonés. Hong Kong es un caso muy interesante. Antes de la apertura de
China, la industria textil y de indumentaria de Hong Kong
había logrado derrotar al Reino Unido,
que en ese momento
atravesaba un proceso de desindustrialización. Las fábricas textiles
de Mánchester no podían competir con los productos de Hong
Kong. El capital de Hong
Kong quería
expandirse, pero carecía de suficientes recursos, mercados y fuerza de trabajo
en su propio territorio. Entonces Shenzhen se abrió de
repente y el capital de Hong Kong
se desplazó rápidamente hacia China para aprovechar la masa
de fuerza de trabajo
barata. La
industrialización china de los años setenta y ochenta fue el resultado de
todas estas importaciones de capital provenientes de Hong
Kong, Taiwán, Corea del Sur y Japón.
La consecuencia de esto fue la creación de una economía
increíblemente productiva
al interior de China. ¿Y qué hizo esta economía? Empezó a
derrotar a sus competidores.
¿Qué pasó con Japón? La economía japonesa había empezado a
desplomarse alrededor
de los años noventa. Taiwán estaba en dificultades aun cuando
Foxconn, que es una empresa
taiwanesa, empleaba a
1,5 millones de personas en China. Ahora Foxconn tiene capacidad
productiva también en
América Latina y África. Está llegando incluso a Wisconsin. Aquí está
en marcha el ajuste espacial. El capital está desplazándose
perpetuamente de un lugar a otro.
Ahora es el turno de China de confrontar el problema de qué
hacer con el capital excedente.
La orientación general de China parece haber cambiado luego
de 2008. Este fue el año
en que pudo observarse una enorme crisis del capitalismo
global. Durante este proceso,
el mercado de consumo más grande de China en Estados Unidos
quebró y las exportaciones
cayeron drásticamente.
Pero en 2008, por primera vez, la inversión extranjera directa
en China fue superada por la exportación de capital. Luego de
esto, las exportaciones
de capital se
dispararon y alcanzaron niveles muy por encima de las importaciones de capital.
China se convirtió en un exportador neto de capital. En vez
de tomar la forma de inversiones
directas en la producción, la mayor parte de este capital
tomó la forma de crédito
comercial, especialmente en los casos de África y América
Latina. Los tiempos habían cambiado
desde el año 2000, cuando el mapa de las exportaciones de
capital de China estaba
prácticamente vacío.
Para 2015, el capital excedente chino estaba en todas partes.
El mundo entero quedó
atrapado en el intento chino de implementar un ajuste
espacial. China empezó a orquestar
todo esto alrededor de
algo denominado la Nueva Ruta de la Seda, un plan de expansión
geopolítica que se propone destinar el capital excedente de
China a la reconstrucción del
transporte y la
conectividad comunicacional del continente euroasiático, con ramificaciones
que se extienden a lo
largo y ancho de África y América Latina.
El ajuste espacial para resolver el problema del capital
excedente chino se está convirtiendo
en un proyecto geopolítico en el marco del cual, por medio de
inversiones en infraestructura,
Asia Central está siendo atraída hacia la esfera de
influencia de China. Estados Unidos
organiza buena parte
de su influencia global gracias a su potencia marítima y está emergiendo
un grave conflicto
entre China y Estados Unidos en el mar de la China Meridional, pero China
también le otorga
mucho valor a su potencia terrestre en Asia Central, en donde Estados Unidos
enfrenta muchas más
dificultades para ejercer cualquier tipo de dominio.
China está empezando a reivindicar un control casi completo
sobre Asia Central y Estados
Unidos no parece ser capaz de disputar ese terreno. Pero el
proyecto de la Nueva Ruta de
la Seda es mucho más
ambicioso. Está jugando un rol muy importante en África, que en unos
pocos años, desde 2008, ha contraído una enorme deuda con
China para construir
obras de infraestructura, como los ferrocarriles de África
Oriental. China está implementando
la táctica clásica de prestar dinero a otros países para que
compren productos excedentes
chinos —acero, equipos
de transporte y cemento—, de la misma forma que durante el siglo
XIX el Reino Unido
sustentó el desarrollo de Argentina para satisfacer sus propios intereses.
El objetivo es reducir radicalmente el tiempo que toma viajar
desde China hacia Europa
mediante una red de
ferrocarriles de alta velocidad que atraviese Asia Central.
Esto es lo que está construyendo. Muchos analistas occidentales
suelen describir todo esto
como una inversión irresponsable, argumentando que no puede
ser rentable. Es probable que,
en el corto plazo, esto sea verdad, pero en el largo plazo
terminará por reconfigurar la forma
en que se estructura el mundo en términos geopolíticos. Puede
decirse, casi con certeza, que el
proyecto chino es más
geopolítico que económico.
Por lo tanto, no es un accidente que China, un país que
durante muchos años evitó
cualquier
confrontación con Estados Unidos, esté desafiando en este momento su poderío en
el mar de la China Meridional. Pero, al mismo tiempo, ha
logrado hacerse de un territorio
—Asia Central— en el
que no compite con nadie. Cuando estuve en China me advirtieron
muchas veces que no debía decir nada negativo sobre Rusia,
puesto que claramente existe
una alianza de intereses en Asia Central y más allá. Ambos
países están apoyando a Venezuela
frente a los repetidos intentos de Estados Unidos de derrocar
al gobierno de Maduro, sea
mediante un golpe de Estado directo, mediante sanciones o
mediante el fomento de conflictos
internos. Empezamos a percibir la emergencia de una división
geopolítica global que
pronto podría transformarse en una contienda activa. Pero
debe notarse cómo este proyecto
de la Nueva Ruta de la Seda converge también con el problema
de encontrar un ajuste espacial
adecuado para colocar
el capital excedente y distribuir la capacidad productiva.
El capital está sujeto eternamente a una tasa de crecimiento
compuesto de 3%, lo cual implica,
a su vez, una tasa de
reorganización compuesta de la geografía del capital y de la acumulación
capitalista global. Lo que empezamos a percibir es que el
despliegue de estos ajustes
espaciales, de Estados Unidos hacia Japón, de Japón hacia
China, de China hacia África y Asia
Central, es una
manifestación geopolítica de la lógica del crecimiento compuesto del capital.
Este es el tipo de
condiciones que dieron origen a dos guerras mundiales durante el último siglo.
La perspectiva escalofriante de una futura guerra mundial no
es evidente, pero el rol que
cumplen las rivalidades geopolíticas y las teorías debe ser
analizado con cuidado. Considerando
todas las tensiones actuales, especialmente en Medio Oriente,
sería necio ignorarlas. Cuando
la búsqueda de ajustes espaciales para el capital excedente
que ha sido acumulado se fusiona
con las rivalidades
geopolíticas, tal como sucedió durante los años treinta, es tiempo de
retroceder y tener mucho cuidado para no precipitarse de
cabeza en la vorágine de las
guerras mundiales. La
geopolítica del ajuste espacial debe ser analizada con seriedad.
Fuente: Revista Lento La Diaria