miércoles, 8 de abril de 2020
Viaje por el oriente de Colombia, para seguir los pasos del padre de la geografía moderna.
Me propongo comparar el Orinoco que vio Humboldt a principios del siglo XIX con el que vemos hoy los que navegamos el llamado ‘río de la libertad’. El sabio entró por Venezuela y navegó de norte a sur. Yo quiero narrar ahora la misma navegación pero en sentido contrario, entrando por el Atabapo y saliendo por Puerto Carreño, o sea, de sur a norte.
El río Inírida viene de la entraña de la selva y trae sus aguas negras producto de los ácidos húmico, fúlvico y tanino, y se entrega al Guaviare más abajo de Puerto Inírida.
El Guaviare trae las aguas llamadas ‘blancas’ en la selva, que son las barrosas propias de los ríos que nacen en la cordillera Oriental, y al juntarse los dos ríos se nota la diferencia del color de las aguas. El Orinoco pronto se ‘estrella’ contra Venezuela, donde se junta con el Atabapo, bellísimo río de aguas negras y brillantes, que viene desde el sur.
El sabio Humboldt quedó maravillado ante el espectáculo de las aguas blancas y negras que luchan por conservar sus colores. ‘Gana’ el Guaviare porque su caudal es mayor.
Tres kilómetros al norte, el engrosado Guaviare se junta con el Orinoco, que baja de la serranía de Parima, de Venezuela, y aporta su caudal de aguas leonadas. Este amasijo de ríos, admirado por Humboldt y por nosotros, forma una cruz llamada la estrella fluvial del sur.
En este punto se encuentra San Fernando de Atabapo, pueblo fundado en 1758 y que Humboldt visitó en 1799. Al sabio no le tocó vivir las turbulencias que provocarían, en el pueblo, la presencia y los procederes del famoso coronel José Tomás Funes, que a principios del siglo XX, en la época de la caucherías, revolucionó la región y murió fusilado en 1921.
Cuando Humboldt navegó el río no existían Puerto Carreño (fundado en 1922) ni Puerto Ayacucho de Venezuela (fundado en 1924). Humboldt vio las márgenes del río totalmente pobladas de bosques, hoy vemos en su lugar sabanas.
Navegando hacia el norte aparece el gran raudal de Maipures, el más espectacular del Orinoco. Humboldt lo llamó “la octava maravilla del mundo”. Allí se interrumpe la navegación, es preciso arrastrar las canoas por las márgenes. Son varios kilómetros de endiablados chorros y cascadones traicioneros y peligrosas rocas ocultas en el río.
Estamos ya en predios del Parque Nacional Natural Tuparro, patrimonio de la humanidad. En la mitad del raudal hay una piedra llamada ‘el balancín’, que se lleva todas las miradas. El sabio la admiró, y nosotros le hacemos innumerables fotografías.En las rocas de las márgenes se han formado hoyos circulares, llamados moyas. En ellas, utilizándolas como vasijas, Humboldt preparaba limonada para calmar las fiebres que Bonpland había contraído.
En este punto, el Orinoco recibe las aguas verde azuladas del río Tuparro. Nosotros solemos subir a una roca de 100 metros de altura, llamada isla Carestía, y desde allí nos saciamos de inmensidad: la unión de los dos ríos, las ilímites sabanas, los tepuyes, los bosques riparios, los espejismos del horizonte.
“Ah, tristemente os aseguro, tanta belleza es verdad”, me digo con el poeta llanero Eduardo Carranza.
Seguimos avanzando hacia el norte. En varios lugares el río se encabrita, y saltamos a tierra y caminamos entre laberintos de rocas de formas caprichosas. Allí, las cámaras fotográficas ‘se recalientan’ trabajando.
Humboldt habla de miles de garzas blancas y rojas (corocoras) que tapaban la luz del sol. Las hay todavía, pero no en esas cantidades. Humboldt y Bonpland veían centenares de caimanes que se calentaban al sol en los arenales de las orillas. Incluso midieron un cocodrilo de 6,40 metros, mucho más grande que los que vemos en documentales de televisión en parques africanos.
Dice Humboldt que, a veces, por la noche un jaguar se echaba a mirarlos cerca del campamento. En ese tiempo, al paso de la canoa de los sabios se asomaban los jaguares a observarlos. Esto ya no es posible, quedan pocos jaguares.El sabio hace gala de humor cuando dice que los mosquitos se turnaban para picar, unos de día, otros al atardecer y otros por la noche, y a veces debían colgar las hamacas muy alto en los árboles, pues los mosquitos en determinadas zonas solo podían hacer vuelos rasantes.
Hoy, por suerte, esas nubes de mosquitos ya no existen, como tampoco los misioneros. El sabio agradece la ayuda que le brindaron, incluso dice que se privaban de la comida para darla a la comitiva de los sabios, pero se muestra crítico frente a la labor de los curas. Hoy no hay misioneros en el río.
El máximo cuidado de los sabios y de los indios que los acompañaban era para las muestras de plantas y animales que colectaban, llegando, incluso, a viajar incómodos con tal de salvar los preciosos especímenes, que en total eran 60.000, de 6.200 especies diferentes. Entre las nuevas especies descubiertas para la ciencia, que fueron muchas, están los guácharos, los pájaros de aceite, que clasificaron como 'Steatornis caripensis'.
En las sabanas los sabios observaban centenares de chigüiros. Todavía los hay, pero solo se los ve en pequeños grupos. La comitiva gozaba observando cómo los delfines saltaban cerca de las canoas a todo lo largo del río. Este espectáculo solo es posible hoy en la desembocadura el río Meta en el Orinoco, frente a Puerto Carreño. La segunda catarata, como las llamaba Humboldt, es el raudal de Atures, ubicado frente a Puerto Ayacucho (Venezuela) y Casuarito (Colombia). Aquí también la navegación se torna peligrosa por las piedras y los correntones. Humboldt la detalla en su libro.
Sabemos de la emoción profunda que el trópico, sus paisajes, sus bosques y su fauna producían en el sabio por las anotaciones en su libro y por las cartas que escribía a su hermano en Alemania. Igual que hacemos nosotros hoy y tal como nos los describe 'La Vorágine', de José Eustasio Rivera, los atardeceres y los amaneceres del Llano “enloquecían” al sabio Humboldt.
Tanto él como Bonpland se interesaron por la astronomía, la biología, la medicina, la flora, la fauna, la arqueología, la geografía, el mundo de los indios... Humboldt fue el sabio universal que abrió la América al mundo.
Su segundo viaje a Colombia lo llevó a remontar el Magdalena; al llegar a Bogotá el 8 de julio de 1801 observó que las damas de la alta sociedad tenían piojos, allí conoció y admiró al sabio José Celestino Mutis, luego siguió a Quito pasando por Popayán, donde admiró los trabajos del sabio Caldas. En Quito prefirió como compañero de viajes al joven Montúfar, de la alta sociedad, circunstancia que le produjo desavenencias con nuestro sabio Caldas. Humboldt fue amigo de Schiller y de Goethe. Colombia ha honrado al gran sabio alemán perpetuando su nombre en el Instituto Humboldt, guardián de nuestra biodiversidad. Autor : ANDRÉS HURTADO GARCÍA
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