Quito, el secreto mejor guardado (entre volcanes) de
Sudamérica
Autora: ANA MARÍA PAREJA
En la capital ecuatoriana las
rosas son perfectas, la música melancólica y la cocina un homenaje a las
tradiciones. El que podría ser el secreto mejor guardado de Sudamérica asombra
con su célebre casco histórico, repleto de iglesias, y sorprende con una de las
escenas creativas más vibrantes del continente.
Vista de Quito con el volcán Cotopaxi al fondo.
A Quito -la primera en ser declarada Patrimonio Cultural de
la Humanidad por la Unesco- hay que empezar a descubrirla por su corazón: el
centro histórico. Reconocido como el más grande y mejor preservado de
Latinoamérica y enclavado entre volcanes andinos, es un precioso laberinto de
plazas y empinadas callejuelas.
Para captar el espíritu, mitad indígena mitad hispano, que
caracteriza su cultura hay que sumergirse en esa cuadrícula colonial en busca
de sus tesoros escondidos y patearse todas sus calles entre fachadas barrocas,
palacios, casonas de piedra tallada, campanarios y cúpulas. De estas últimas
destaca la del convento de Santo Domingo que ofrece una panorámica estupenda de
la ciudad.
Recorrer las 17 plazas, 40 iglesias y 16 conventos del
centro es misión imposible para una visita corta. Si hay que elegir, nos
quedamos con el monasterio de San Francisco, conocido como El Escorial del
Nuevo Mundo y considerado el conjunto arquitectónico de mayor dimensión dentro
de los centros históricos de toda América; en sus trece claustros y tres
templos, atesora más de 3.500 obras de arte colonial.
También dejamos tiempo para la Basílica del Voto Nacional,
el templo neogótico más grande del continente y un mirador estratégico del
casco histórico y del norte de la ciudad, y para la calle García Moreno,
conocida como la de las Siete Cruces por su cantidad de iglesias, entre las que
destaca la de la Compañía de Jesús, cumbre del barroco en América.
CALLEJEAR POR EL
CENTRO
El centro neurálgico de la ciudad, la Plaza Grande, enamora
con su pintoresca estampa y con todo el bullicio de la vida capitalina. Allí,
la visita obligada es a la Catedral Metropolitana, uno de los templos más
antiguos de Sudamérica y con una interesante fusión de estilos: arcos góticos,
techos moriscos, naves barrocas, coro neoclásico y esculturas coloniales.
La Plaza Grande de Quito.
Deambulando por su entramado de callejuelas llegarás sin
darte cuenta a La Ronda, popularmente conocida como la calle bohemia de Quito.
En su época dorada, los años 30, era lugar de encuentro de poetas, músicos,
pintores y literatos. Hoy es ideal para empaparse de las tradiciones locales,
en medio de un hervidero de tiendas de artesanías, restaurantes de comida
típica y bares donde probar el famoso canelazo, (Cóctel caliente de canela y
agua ardiente)
Para admirar Quito en su plenitud puede subirse a cualquiera
de sus nueve miradores. El más famoso es El Panecillo, coronado por la preciosa
Virgen de Quito, el monumento de aluminio más grande del mundo.
Escultura de aluminio de la Virgen de Quito en El Panecillo.
Sin embargo, las mejores vistas son desde el volcán
Pichincha, a 4.100 metros de altura. Si el día está despejado se alcanzan a ver
los nevados de Cayambe, Antisana y Cotopaxi. No te preocupes por la subida, por
sus laderas funciona el Teleferiqo (con q de Quito), que en cuestión de diez
minutos te lleva hasta Cruz Loma.
CIUDAD AUDAZ Y
MODERNA
Más allá del Quito tradicional desparramado por las faldas
del Pichincha, existe un Quito trendy y moderno con una movida cultural como
ninguna. El barrio La Floresta es hogar de una creciente comunidad de
cineastas, escritores y artistas que han poblado las calles de vistosos murales
y graffitis. En él destaca el Ochoymedio, un cine independiente donde ver
películas alternativas con una copa de vino.
El Teleferiqo de Cruz Loma.
Otro barrio que es sinónimo de
vanguardia es La Mariscal, dominado por cafés, bares y restaurantes, perfectos
para terminar la noche y por el Mercado Artesanal, con una interesante selección
de productos típicos andinos como ponchos o adornos de plata. Tras la cena,
déjate llevar por la gente hacia la Plaza Foch, el centro de la jarana nocturna
capitalina.
La hora de la comida es sagrada
en la casa de un quiteño, y un solo plato no es suficiente. Su cocina
tradicional, influenciada por la herencia andina, tiene ingredientes como el
mote, la patata y el cerdo, y salsas tan inesperadas como la de maní.
Calle del barrio La Mariscal.
En restaurantes como Casa Warmi
en el barrio La Floresta, Achiote en La Mariscal o Nuema en el barrio San
Marcos se esfuerzan por aunar la modernidad con la tradición, empleando
técnicas creativas en los platos de siempre. No hay que perderse un buen
hornado (cerdo entero cocinado al horno por varias horas), un ceviche
ecuatoriano (de gambas y tomate) o el famoso cuy (conejillo de indias) que no
falta en las celebraciones especiales. Y para cerrar con broche de oro el
helado de paila de fruta fresca es la mejor opción.
Si hay algo por lo que es famoso Ecuador es por sus
interesantes souvenirs en forma de sombreros de paja toquilla -a.k.a sombrero
Panamá- ponchos, bordados y flautas andinas. Aunque también están esos que nos
llevamos en el estómago en forma de sabores, que al recordarlos vuelve y se nos
hace agua la boca.
El chocolate, uno de los más finos del mundo y merecedor de
varios premios internacionales, es el primero de esta clase que se nos viene a
la mente; aunque también está la cerveza artesanal.
Los quiteños ya no van de bar en bar sino de cervecería en
cervecería y en la ciudad hay un boom de microempresas que quieren recuperar la
receta artesanal, que en el siglo XVI trajeron los frailes franciscanos a
Quito.
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