Lema/Tema: "Geografía y Ecología Política: conflictos (socio)ambientales en Brasil y en los territorios del Cerrado y Pantanal - de la investigación a la confrontación"
Fecha: junio de 2025
Lugar: Goiás, Goiás - Brasil
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ESTOS TRES ARTÍCULOS:
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Climatología de tornados en México
...................................................................................................................................Diferenciación hidrogeomorfológica de los ambientes
costeros del Pacífico, del Golfo de México y del
Mar Caribe
......................................................................................................................
Crecimiento poblacional urbano a nivel mundial en las últimas
seis décadas.
Qué es la soja texturizada: cómo se utiliza, qué tipos existen
Últimamente todo el mundo habla de la
soja texturizada,
pero ¿de dónde ha salido y por qué está de
moda?
lo leemos en- https://geoconexionuruguay.blogspot.com/p/noticias.html
Las viñetas ambientales del artista Víctor Solís que 'despiertan' conciencias
Rafael González " si no resolvemos los problemas ambientales aquí, no los
resolveremos yéndonos a otro planeta, seremos depredadores en todos lados"
asegura el viñetista mexicano Víctor Solís, quien con sus viñetas pretende
hacer reflexionar sobre la crisis climática y "despertar" conciencias con su trabajo.
ENTRA EL INVIERNO EN EL HEMISFERIO SUR
En este enlace accedemos al video y artículo :
México, Las Áreas Naturales ayudan a regular la temperatura del planeta
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En un remoto archipiélago a tres horas en avión de Oslo, en pleno círculo polar ártico, se encuentra un búnker lleno de semillas procedentes de todo el mundo. Se conoce como el Banco Mundial de Semillas de Svalbard y su estructura está hecha para aguantar cualquier desastre, desde un terremoto a una bomba.
En su interior se almacenan más de 1.700 colecciones, correspondientes a diferentes variedades de plantas alimenticias. De esta manera, el banco funciona como un depósito, una copia de seguridad, de esas variedades, de manera que si algo les ocurre (una guerra, una plaga), no se pierdan para siempre. Fuente: Notiweb España
En nuestra página de Ambiente https://geoconexionuruguay.blogspot.com/p/ambiente.html
compartimos:
Es uno de los países con mayor número de ecorregiones del mundo; presenta distintos paisajes, climas y ecosistemas que albergan una importante cantidad de especies.
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ENNUESTRA PÁGINA DE GEOGRAFÍA FÍSICA II COMPARTIMOS ENLACE DE ACCESO AL ARTÍCULO;
DÍA MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE
Los ecosistemas de todo el mundo están en peligro. Desde bosques y tierras áridas hasta tierras agrícolas y lagos, los espacios naturales de los que depende la existencia de la humanidad están llegando a un punto de no retorno.
Según la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, hasta el 40% de las zonas terrestres del planeta están degradadas, lo que afecta directamente a la mitad de la población mundial. El número y la duración de los períodos de sequía han aumentado un 29% desde el año 2000 y, si no se toman medidas urgentes, las sequías podrían afectar a más de tres cuartas partes de la población mundial en 2050.
Por esta razón, el Día Mundial del Medio Ambiente 2024 se centra en restaurar las tierras, detener la desertificación y fortalecer la resiliencia a la sequía bajo el lema «Nuestras tierras. Nuestro futuro. Somos la #GeneraciónRestauración». No podemos retroceder en el tiempo, pero sí podemos hacer crecer los bosques, revitalizar las fuentes de agua y restaurar los suelos. Somos la generación que puede hacer la paz con las tierras.
La restauración del suelo es un pilar fundamental del Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030), que constituye un llamado a la protección y la revitalización de los ecosistemas en todo el mundo, un aspecto fundamental para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
En 2024 se celebrará el 30º aniversario de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación. El decimosexto período de sesiones de la Conferencia de las Partes (COP 16) en la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CLD) se celebrará en la capital saudí, Riad, del 2 al 13 de diciembre de 2024.
Las ciudades tienen un gran potencial para implementar soluciones innovadoras que mejoren la eficiencia energética y aprovechen fuentes energéticas no convencionales, estableciendo así las bases para un modelo urbano más sostenible.
Con este convencimiento, investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), en colaboración con la Asociación Madrid Subterra, están promoviendo la exploración y explotación del potencial de energía limpia y renovable en el subsuelo urbano de Madrid. Los principales resultados de sus estudios realizados hasta el momento arrojan que la energía del agua residual de viviendas puede servir para ahorrar más del 50% de la factura energética de calefacción de dichas viviendas; o que se puede abastecer de agua caliente sanitaria a más de 1000 personas durante un año con el calor residual de estaciones de metro pequeñas.
En la actualidad, es ampliamente reconocido el hecho de que las emisiones de dióxido de carbono (CO2) pueden tener efectos devastadores para el medio ambiente y las personas. La actividad humana, especialmente la quema de combustibles fósiles que generan gases de efecto invernadero, es la principal causa de esta grave amenaza. Este problema es particularmente crítico en áreas urbanas, donde la alta dependencia de los combustibles fósiles hace que la población sea especialmente vulnerable a los efectos del cambio climático.
En este contexto, y con el objetivo de encontrar soluciones a este desafío, un equipo de investigación de la UPM y de la Asociación Madrid Subterra −a través del aula-empresa ‘Madrid Subterra’−, están estudiando fuentes de energía no convencionales que se pueden encontrar en el subsuelo de las ciudades en forma de calor residual asociado a las infraestructuras subterráneas.
“Por calor residual se entiende un calor que se genera y no se utiliza, por lo tanto, es un calor “gratuito” que se debe empezar a utilizar”, señala la investigadora de la UPM Susana Sánchez Orgaz. Este calor se encuentra en el Metro, en conducciones de agua y en los túneles de tráfico rodado, y se puede utilizar en la climatización de edificios o de cuartos eléctricos de infraestructuras subterráneas, así como para proporcionar agua caliente sanitaria en edificios. “Por poner un ejemplo concreto, con el agua de pozos de Metro o Madrid Calle 30 se puede reducir el consumo de refrigeración de sus cuartos técnicos en más de un 25%”, continúa la investigadora.
Proyectos que se han realizado y que se siguen realizando en la colaboración entre ambas entidades incluyen la estimación del recurso energético disponible en las infraestructuras subterráneas de la ciudad, la aplicación de este recurso en la propia infraestructura o en edificios cercanos, tanto públicos como privados, así como estimaciones del ahorro de emisiones de CO2 sin olvidar costes asociados. La principal conclusión que revelan estos estudios se relaciona con las altas posibilidades de aprovechamiento de esta energía residual para la reducción de las emisiones de dióxido de carbono en las grandes ciudades, mejorando su eficiencia energética.
“Hemos demostrado también que dependiendo de la tipología particular del túnel o la estación de metro este aprovechamiento será diferente, del mismo modo que un panel solar no produce la misma energía en Sevilla o en Lugo, por lo que esta forma de aprovechamiento energético debe ser evaluada para cada caso concreto” concluyen los autores.
Referencia bibliográfica: Sánchez-Orgaz, S., Muñoz-Antón, J., Tadeo-Cañete, M., Rodríguez-Martín, J. An Approach to Capturing Residual Energy From the Subway System: Methodological Considerations. ASME. J. Energy Resour. Technol. May 2024; 146(5): 051702. https://doi.org/10.1115/1.4065033
Uruguay estuvo por encima del
promedio de la región con pérdidas de 32% y 38% en los dos años analizados; al
comparar las pérdidas ocurridas durante el invierno, el estudio coloca a
América Latina, con 21%, entre Europa, que perdió 12%, y Estados Unidos, que
perdió 40% en ese período. “Yo soy como la abeja, libre vuelo, y en pos de otro
cariño mi alma va”, decía el tango “Dicha pasada” que, entre otros, cantaron
Carlos Gardel o Julio Sosa. Claro, el siglo XX aún no llegaba a su mitad y
había muchos otros problemas antes que pensar que, tal vez, las abejas y otros
polinizadores en el futuro cercano no andarían tan campechanos por el mundo.
Sin embargo, acá estamos, en la segunda década del siglo XXI, enfrentando,
además de múltiples problemáticas sociales -como la desigualdad, las guerras y
la opresión-, otras de corte ambiental y hasta planetario, como el cambio
climático y la pérdida de biodiversidad. Y entre todas las formas de vida
amenazadas por la manera en que los humanos vivimos en el planeta, las abejas
en particular, y los polinizadores en general, no la están pasando nada bien.
Tan mal andan las abejas en el
mundo en que vivimos que hoy un tanguero que quisiera actualizar la letra de
“Dicha pasada” debería buscar una metáfora más ajustada a la realidad, tal vez
algo del tipo: “Yo soy como la multinacional tecnológica, libre vuelo, y en pos
de otro cariño mi alma va”. Porque desde hace décadas se viene reportando,
principalmente desde el hemisferio norte, datos inquietantes sobre la pérdida
de colmenas de la abeja Apis mellifera, esa especie que hemos semidomesticado
hace miles de años y que hoy es con la que se produce miel en casi todas partes
del globo.
Enfrentados a una disminución de
la diversidad de plantas de las que alimentarse, cambios del uso del suelo, la
abundancia de agrotóxicos y de otros productos contaminantes, la ciencia viene
mostrando que los polinizadores no la están pasando bien. Entre los
polinizadores, las abejas melíferas al menos tienen quienes las defiendan, ya
que, a diferencia de una mariposa, una mosquita u otros insectos y animales a
los que se les presta poca atención, entraron en el juego de la maquinaria
productiva. Por tanto, hay múltiples esfuerzos por conocer cómo les va.
De esta manera, desde 2007, en
Estados Unidos, la Bee Informed Partnership (BIP), algo así como el Consorcio
Apiaro Informado, lleva adelante encuestas nacionales anuales para reportar los
porcentajes de pérdidas de colmenas. En Europa, a su vez, la asociación COLOSS
(Prevention of Honey Bee Colony Losses, algo así como Prevención de la Pérdida
de Colmenas de Abejas Melíferas) se ocupa de hacer lo propio en países de la
Comunidad Europea. Para la ciencia poder medir y cuantificar los fenómenos es
parte esencial del camino que lleva a comprenderlos y, de ser posible,
intervenir en ellos en la dirección deseada.
Claro que aquí en Sudamérica
nuestras investigadoras e investigadores vienen siguiendo el tema con atención.
No pocos países comenzaron a cuantificar el problema. De hecho, en Uruguay se
registra la pérdida de colmenas desde 2013. Aun así, el panorama de América
Latina no estaba claro, entre otras cosas, porque para poder sumar lo reportado
en cada país, y posteriormente poder comparar los resultados con los de otras
regiones, se hacía necesario estandarizar la forma de recopilar los datos.
La publicación en mayo del
artículo Primer estudio a gran escala revela importantes pérdidas de colmenas
productivas de abejas melíferas y de abejas sin aguijón en América Latina,
entonces, nos llena de orgullo y merece varios aplausos. Vaya el primero por lo
que se desprende ya del título: se trata de los primeros datos estandarizados
reportados para nuestra región (corresponden a los años 2016-2018). El segundo
aplauso es, si se quiere, un poco chovinista: el primer movimiento que posibilitó
esto de medir de la misma forma la pérdida de colmenas en varios países de
América Latina se dio aquí en Uruguay. Fue en 2016 cuando distintos grupos de
investigación se reunieron en Colonia, en el predio de La Estanzuela, del
Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), y crearon Solatina, la
Sociedad Latinoamericana de Investigación en Abejas.
Hay un tercer aplauso que la
publicación se merece: lo que encontraron refuerza la idea de que para medir
las pérdidas de colmenas de abejas y otros polinizadores no alcanza con
registrar lo que sucede en el invierno, tal como hacen en Europa. Y encima un
cuarto: no sólo replicaron lo hecho en otras partes, sino que, por primera vez,
se midió a escala continental la pérdida de otros polinizadores productores de
miel. Aun así, no todo son razones para aplaudir.
El artículo, que pone números a
la situación latinoamericana, fue publicado en la prestigiosa Scientific
reports del grupo Nature y está firmado por 59 investigadoras e investigadores
de Solatina de Argentina, Colombia, Chile, Brasil, México, Panamá, Puerto Rico,
Perú, Cuba y Bolivia, entre los que están por Uruguay Daniela Arredondo,
Loreley Castelli y Karina Antúnez, del Laboratorio de Microbiología y Salud de
las Abejas del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable
(IIBCE), Belén Branchiccela y Yamandú Mendoza, de la Sección Apicultura del
Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), y de la Universidad de
la República Enrique Nogueira, de la Unidad Académica de Animales de Granja de
la Facultad de Veterinaria, Carmen Rossini, del Laboratorio de Ecología Química
de la Facultad de Química y Estela Santos, de la Facultad de Ciencias. Y los
números que arroja no son para celebrar demasiado.
Como bien dicen, su estudio “revela
una situación alarmante para las abejas melíferas y las abejas nativas sin
aguijón en la región”. Así que para hablar más de todo esto, salimos zumbando
hacia el IIBCE para conversar una vez más con Karina Antúnez, una de las
promotoras de la fundación de Solatina que lleva décadas estudiando a estas
criaturitas.
Una innovación promovida desde
Uruguay con mirada regional
Tal vez los años me están
poniendo cascarrabias. Pero la primera pregunta que le hago a Karina es por qué
el trabajo sobre el estado de las abejas en América Latina tiene por primer
autor a Fabrice Requier, cuya filiación es la francesa Universidad
París-Sacalay. La respuesta es una muestra más de que las publicaciones
científicas muchas veces no pueden contar todo lo rico que es el trabajo
científico.
“Fabrice se incorporó a Solatina
desde el momento uno. Con él, ya en 2016, pensamos y planeamos esto”, cuenta
Karina. De hecho, agrega que si bien es francés y hoy está viviendo allá, vivió
años en Argentina y que hasta se casó con una argentina. “Tiene el corazón
latinoamericano”, asegura Karina, que cuenta que de no haberse complicado la
situación en nuestro país hermano, probablemente Fabrice siguiera viviendo
allí. Pero no todo se debe a su cercanía y gusto por Latinoamérica.
“Desde 2016, en el primer
encuentro que dio lugar a la formación de Solatina, surgió esta idea de empezar
a monitorear las pérdidas de colmenas en Latinoamérica. Fabrice Requier tiene
un enorme dominio del análisis estadístico de este tipo de datos a gran escala,
y lo que yo tengo es la voluntad de trabajar en conjunto y generar
conocimiento”, señala Karina, explicando en gran medida por qué él encabeza la
lista de autores y ella la cierra. Pero volvamos al chovinismo ya esbozado
antes: Solatina es una invención local, y desde ella Karina y Fabrice
empujaron, junto con colegas, esta tarea de relevar las pérdidas a nivel
latinoamericano.
“Cuando realizamos ese encuentro
en 2016, con Ciro Invernizzi, de la Facultad de Ciencias, y Yamandú Mendoza,
del INIA, ya habíamos realizado el primer relevamiento de pérdida de colmenas
en Uruguay. Fabrice, por su parte, había estado haciendo relevamientos locales
en Argentina. Entonces lo primero que hicimos fue ver qué iniciativas había en
Latinoamérica sobre el problema”, cuenta. “Si bien había algunas encuestas,
todas utilizaban diferentes preguntas, la estadística y la forma de colectar la
información era diferente y se hacían en diferentes momentos del año. Por
tanto, si bien había algunas aproximaciones locales a la problemática, era muy
difícil comparar entre países la información que había”, agrega Karina.
“Lo nuestro no fue una idea
superoriginal, sino que nos propusimos hacer algo similar a lo que se venía
haciendo en Estados Unidos y Europa desde 2005”, dice, como si uno fuera a
dejar que minimice lo que realizaron. ¡Adaptar a la realidad local también es
innovar! ¡Y juntar a investigadores de varios países para trabajar en
problemáticas regionales siempre suma! Karina ve que no habrá chance de que
tome esto como un simple hacer lo que hacen en otros lados. Menos aún cuando lo
que vieron lleva a aconsejar a que los popes de la ciencia del hemisferio norte
cambien la forma de realizar estos relevamientos. Pero eso viene más adelante.
“En los países del hemisferio
norte se le estaba dando muchísima relevancia a esta problemática, pero en
América Latina no porque se decía que acá no se perdían colmenas. Pero en
realidad era que la pérdida no se estaba evaluando ni cuantificando”, dice
entonces. Pero además, no sólo no se estaba midiendo adecuadamente, sino que
había otro hecho que nublaba un poco la visión.
“La FAO lleva un conteo de las
colmenas por país. Y si uno veía el número de colmenas por país
latinoamericano, se mantenía estable. El asunto es que estas pérdidas de
colonias no se ven si sólo te basás en el número de colmenas. Si rascás un poco
más profundo, ves que en realidad se pierden”, comenta. “Lo que pasa es que los
apicultores hacen un enorme esfuerzo por tratar de dividir las pocas colmenas
que les quedan para mantener el número de colmenas. Pero esas colmenas
divididas no son ni tan grandes, ni tan productivas, ni tan fuertes como las
que tenían antes”, dice Karina. No lo dice, pero atraviesa el aire en toda la
nota: estamos hablando aquí de abejas que mueren y de apicultores que hacen
malabares para mantener su emprendimiento.
De hecho, ese enmascaramiento del
fenómeno que se produce al ver sólo el total de colmenas no se da solamente en
América Latina. “Pasa en todos lados, porque el apicultor tiene que sobrevivir.
Y entre las cosas que hace para sobrevivir, divide las colmenas que le quedan en
cada primavera para mantener su producción. Pero eso cada vez le lleva al
apicultor a un mayor esfuerzo, tanto de trabajo como económico, y la actividad
es cada vez menos redituable, es menos lo que gana”, señala.
“Digamos que hoy los apicultores
son apicultores de corazón, porque aman las abejas y quieren mantener esta
actividad, y no lo hacen tanto por el retorno económico que reciben por esto,
más aún cuando el precio de la miel depende más del mercado internacional y no
tanto del mercado local,”, apunta Karina. En el trabajo dicen que, entre los 20
principales países productores de miel para el mercado internacional, hay siete
latinoamericanos, entre ellos, Uruguay. Resulta extraño: estamos en un país
relevante para el mercado mundial de miel, pero para los que la producen acá no
es un muy buen negocio.
“También sucede que los precios
de la miel cambian año a año. Hay años en que el precio está fuerte y la miel
se vende a más de tres dólares el kilo. Pero este año el precio está muy bajo,
poco más de un dólar el kilo, por lo que hoy no resulta muy rentable. Aun así,
Uruguay sigue produciendo mucha miel y tiene muchas colmenas, un poco con la
esperanza de que la situación mejore a futuro”, dice. La mejora de los precios
las deciden otros. Pero mejorar la salud de las abejas está más a nuestro
alcance. Y para ello sirven los porcentajes obtenidos en este trabajo. Ya
iremos a ellos.
Muestreando en
Latinoamérica
“Nuestra idea era ver qué estaba
pasando en Latinoamérica con la pérdida de colmenas para visibilizar la
problemática, porque al principio se pensaba que era algo que sólo ocurría en
los países del hemisferio norte. Hasta que empezamos a trabajar en el tema y
vimos que no, que estaba pasando en todos los países de Latinoamérica también”,
señala Karina.
Es que tanto Karina y su grupo,
que trabaja en abejas en el IIBCE, como Estela Santos o Ciro Invernizzi, de la
Facultad de Ciencias, realizan investigaciones junto con productores. Y en ese
trabajo de investigar con apicultores, la pérdida de colmenas era un hecho que
podían constatar de primera mano. Por otro lado, la presencia de apicultores en
medios denunciando que perdieron colmenas tras fumigaciones es también una
triste realidad que lleva a pensar que aquí, en nuestro continente, seguro
habría productores perdiendo colmenas.
“Sí, la pérdida de colmenas es
algo que ya veíamos, pero ahora queríamos cuantificarla, abordarla de forma
estadística y estandarizada en todos los países, tener datos fiables,
independientes de nuestra percepción o de las denuncias puntuales de un
productor, para poder ponernos en el mapa y comparar qué nos estaba pasando con
respecto a otros países en el mundo”, concuerda Karina.
Así que basándose en los
cuestionarios del BIP de Estados Unidos y del Coloss de Europa, formularon una
encuesta en español y en portugués para aplicar en apicultura y meliponicultura
-miel obtenida de abejas nativas de América de la tribu Meliponini, a las que
se denomina abejas sin aguijón o meliponas- en dos años consecutivos: de
octubre de 2016 a octubre de 2017, y de octubre de 2017 a octubre de 2018 (las
encuestas continúan hasta el día de hoy, pero en este trabajo reportan los
resultados de estos dos primeros años).
El muestreo abarcó en los dos
años a 1.736 apicultores y a 164 meliponicultores de Argentina, Bolivia,
Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México, Panamá, Perú, Puerto Rico y Uruguay. En
el trabajo entonces se propusieron abordar cuestiones que son reportadas en las
iniciativas del hemisferio norte, como cuantificar la pérdida de colmenas
durante el invierno o la relación entre la pérdida de colmenas y la cantidad de
colmenas que tiene cada productor. Veamos los principales resultados.
Perdiendo abejas
melíferas en Latinoamérica
En el trabajo reportan que, en
toda la región, por año, “se perdieron, en promedio, 30,4% de las colmenas de
abejas melíferas”. Siempre hablando de Apis mellifera, también informan que “la
pérdida promedio anual de colmenas osciló entre 16,2% en México y 47,7% en
Colombia”. La publicación, asimismo, aclara que “las pérdidas difirieron
significativamente entre países y años tanto para los apicultores como para los
meliponicultores”.
Y si bien en el caso de las
abejas melíferas notaron que hubo más perdidas en el período 2016-2017, también
señalan que consideran “que dos años de datos no son suficientes para inferir
patrones temporales”.
Pues bien, ¿cómo nos dejan estos
datos respecto de los países del norte? Bueno, para ello tenemos que analizar
antes cuándo se mide en otras partes la pérdida de colmenas.
¿Pérdidas en
invierno, en verano o anuales?
En el trabajo reportan la pérdida
de colmenas en el período de verano, en el de invierno y también anual. Suena
lógico. Pero para algunos no tanto. “Lo de medir las pérdidas en invierno y en
verano dio lugar a mucha discusión”, confiesa Karina. “Porque tanto en Europa
como en el resto del mundo se entiende que las pérdidas mayores de colmenas son
las de invierno, porque es cuando no hay recursos, las abejas tienen que
sobrevivir con lo que el apicultor les dejó de miel y no pueden ir a recolectar
néctar ni polen para hacer más miel en ese momento. Entonces es normal que
durante el invierno la colmena se debilite, pierda abejas y se achique. El tema
es que en Europa comenzaron a reportar que las colmenas se achican y pierden
más abejas de lo que se espera como normal”, contextualiza. Pero la encuesta de
Solatina decidió ir un poco más allá.
“Si bien siempre se pensó que
para las abejas el invierno era el peor momento del año, igualmente decidimos
ver qué pasaba en verano, de manera de poder tener la cuantificación de pérdida
anual de colmenas, que es la que más nos interesaba”, señala. Pero para
comparar, había que jugar en una cancha que ya estaba marcada. “En Europa, como
piensan y proponen que la mortalidad de invierno es la más importante, sólo
monitorean la mortalidad en invierno. Entonces si nosotros queremos comparar la
pérdida de colmenas latinoamericana con la europea, solamente podemos hacerlo
si tenemos esa ventana de tiempo, esos seis meses”, dice.
“Estados Unidos, por otro lado,
establece dos ventanas de tiempo, de abril a octubre y de octubre a abril, por
lo que tienen datos de las tres mortalidades, la de verano, la de invierno y la
anual”, cuenta. Pero si bien Estados Unidos tiene grandes variaciones
climáticas, aquí la cosa resultó aún más difícil. “No en todas partes de
Latinoamérica hay invierno. En Costa Rica y en otros países hay una estación
lluviosa y otra seca. Así que en nuestro trabajo establecimos parámetros de
tiempo como forma de comparar, pero fue realmente una discusión muy grande
entre nosotros”, confiesa.
“Finalmente logramos ponernos de
acuerdo en medir la pérdida de colmenas en los meses que vendrían a
corresponder con el período de invierno, por más que en determinado país no
hubiera invierno como tal, porque eso era necesario para poder comparar los
datos de Latinoamérica con los de Europa, ya que ellos sólo miden la pérdida de
colmenas invernal”.
“Comparamos los mismos períodos
de tiempo. En 2016, con los datos de 2016 en Europa y Estados Unidos. Y lo
mismo en 2017. Eso nos permitió ver una foto, en el mismo momento, que nos
mostró cuántas colmenas se están perdiendo acá y allá”, apunta. Así que a eso
vamos (aunque luego volveremos a los europeos y su forma de medir la pérdida de
colmenas).
¿Perdemos más o menos colmenas que Estados Unidos y Europa?
En el trabajo reportan que la
pérdida de colmenas de abejas melíferas en verano fue de 18,8%, mientras que en
el invierno el porcentaje trepó a 20,6%. Con ese numerito entonces pudieron
comparar lo que sucede en la región con los europeos y sus mediciones
invernales.
Es así que sostienen que la
pérdida de colmenas de abejas melíferas durante el invierno “en América Latina
fue significativamente mayor que la de Europa (12,5%) y significativamente
menor que la de Estados Unidos (40,4%) en esos mismos dos años, ubicando las
pérdidas de América Latina entre estas dos regiones”. “Quedamos como a media
tabla en esa comparación con lo reportado en el hemisferio norte”, comenta
Karina.
Si tanto en Europa como en
Estados Unidos el tema genera preocupación, bien haríamos en preocuparnos
también en América Latina. Pero aún hay otro dato relevante. Si miramos las
pérdidas anuales, pasamos de perder en promedio 21,3% de las colmenas de abejas
melíferas a un más llamativo 30,4% que está más cercano de los altos índices de
pérdida de Estados Unidos.
En el trabajo lo dicen claramente:
las pérdidas superiores al 30% deben preocuparnos. “Los resultados son
particularmente alarmantes en países como Colombia, Bolivia y Brasil, con
registros de altas tasas de pérdida de colonias (más del 30% de pérdidas
anuales) tanto para las abejas melíferas como para las abejas sin aguijón”. Si
bien en el artículo no lo destacan, Uruguay debiera también estar
“particularmente alarmado”: en estos dos años reportados, perdió en promedio
35,1% de sus colmenas, siendo la pérdida anual de 2016-2017 más grande que la
de 2017-2018 (38,2% y 32%, respectivamente).
“En estos dos años Uruguay estuvo
por encima del 30%. Pero también sé que hay otros años que está por debajo,
entonces tenemos que ser precavidos y saber que hay una variabilidad en estos
porcentajes de pérdidas que es la esperada para un sistema biológico en el que
hay muchos factores que afectan”, apunta Karina. “Entonces más que hacer
hincapié en que en estos dos años la pérdida de colmenas en Uruguay fue de 35%,
y luego tener que explicar que no bajó si al año siguiente fue de 27%, prefiero
decir que tenemos una pérdida de colmenas que varía año a año en el entorno del
30%”, dice para ahorrarse dolores de cabeza o que se piense que la cosa mejora
o empeora debido a una variabilidad que es esperable.
Lo que dice suena lógico. Venimos
de una sequía enorme, por ejemplo. Eso debe de haber afectado a las colmenas. O
las posteriores inundaciones en varias zonas del país. “Por supuesto. Las
inundaciones afectan, las sequías afectan, y entonces todo eso genera una
variación anual. Por eso me gusta más hablar de que las pérdidas rondan el 30%.
Algunos años un poquito más, algunos un poquito menos”, redondea.
Perdiendo abejas
meliponas
“Una cosa extra que tiene esta
encuesta, que no se hace ni en Europa ni Estados Unidos, es la estimación de
las pérdidas de abejas meliponas, que son abejas nativas que hay en muchos
países de Latinoamérica”, apunta Karina. En efecto, ese es un aporte de
Solatina a la temática.
Como dice el trabajo, se
estimaron las pérdidas de abejas meliponas de productores de Argentina (22
colmenas), Bolivia (12 colmenas), Brasil (82 colmenas), Colombia (24), México
(6) y Perú (8). En Uruguay no se contabilizaron porque no es una práctica muy
corriente (aunque, como veremos, también estamos dando algunos pasos en la
meliponicultura).
Reportan entonces que, en el caso
de las meliponas, “la pérdida anual de colmenas osciló entre 14,7% en Perú en
2016-2017 y 65,0% en Bolivia en 2016-2017”. También que el promedio de pérdida
anual de meliponas para ambos años fue de 39,63%, un porcentaje aún más alto
que el ya alarmante 30,4% de las abejas melíferas. Asimismo, la pérdida
promedio de colmenas de abejas sin aguijón nativas para ambos años en todos los
países en invierno fue de 39,8%, mientras que la de verano fue de 30,9%.
Así que el trabajo no sólo es
valioso por ser el primero en estimar la pérdida de colmenas de abejas
melíferas de forma estandarizada para América Latina, sino porque es el primer
trabajo mundial en estimar la pérdida de abejas que producen miel pero no son
la comercial Apis mellifera a escala continental. Y eso es relevante por dos
razones.
Por un lado, porque lo que
observan es que el fenómeno de pérdida de colmenas tiene una magnitud similar
para ambas abejas: “Curiosamente, al combinar datos de apicultores por año y
país y compararlos con datos combinados de meliponicultores de la misma manera,
no encontramos diferencias entre las abejas sin aguijón y las abejas
melíferas”, señalan. Por tanto, las mismas pérdidas de colmenas de abejas se
está dando también en otras abejas nativas. Y de allí se desprende el otro gran
avance que aporta este trabajo.
Ver que la pérdida de colmenas no
sólo afecta a las abejas comerciales que producen miel nos muestra que esta
mortandad podría estar también afectando a muchísimos otros polinizadores. “Sí,
exactamente. Tanto en Estados Unidos como en Europa miden las pérdidas en Apis
mellifera. Aquí fuimos un poco más lejos”, comenta Karina.
Por otro lado, en el trabajo se
nos muestra que aquí en América ya veníamos haciendo miel con las meliponas
desde mucho antes de que llegaran los europeos: “Los mayas de la Península de
Yucatán, norte de Guatemala y Belice, entre otras culturas antiguas, utilizaron
esta práctica hace más de 1.400 años”, sostienen.
“Sí, y es una tradición que se ha
mantenido. Hoy muchas comunidades rurales viven de la producción de este tipo
de miel”, acota Karina. “No es una práctica muy expandida en Uruguay, si bien
hay algunos meliponicultores que están queriendo empezar la actividad en el
norte y hay un meliponario en San José”, sostiene. ¿Meliponario en San José?
Seguro detrás está Estela Santos, investigadora de la Facultad de Ciencias,
coautora de este trabajo y apicultora maragata. “Así es. Estela hizo mucha
fuerza para que se generara ese meliponario”, dice.
“Si bien no es una actividad muy
conocida y muy desarrollada acá, sí lo es en otros países, sobre todo en
México, donde muchas comunidades rurales viven, entre otras cosas, de la
producción de este tipo de miel”, complementa Karina. “El ciclo de vida de
estas abejas es diferente. Producen mucho menos miel, pero es muchísimo más
cara, y como tiene muy buenas propiedades es como un elixir”.
Para colmo, esas abejas nos
podrían ayudar a producir cervezas bajas en calorías, ya que, como vimos en
otra nota, una levadura de la microbiota de las meliponas se está explorando
para obtener esas cervezas.
Abriéndole los ojos a Europa desde el sur
Este tipo de trabajos que
reportan las pérdidas de colmenas no explican qué está pasando, sino que más
bien lo cuantifican. Aun así, llama un poco la atención que los europeos hagan
énfasis en el invierno, algo más relacionado con lo climático, cuando si a uno
lo apuran, pondría primero problemas ambientales para explicar el colapso de
los polinizadores.
¿Cuándo pecoran más las abejas,
cuándo están más expuestas a agroquímicos que sabemos que les hacen daño? Uno
diría que cuando hay flores y pasan más tiempo volando de acá para allá. Si la
causa son los agroquímicos, los cambios de uso del suelo u otro fenómeno ambiental,
¿por qué medir sólo lo que sucede en el invierno, que es cuando están más
guardadas? Las respuestas en ciencia nunca son tan unidimensionales
“Los patógenos tienden a afectar
más a las abejas durante el invierno. Por ejemplo el Varroa destructor es un
ácaro que afecta a las abejas principalmente en invierno. Por ello, en otoño se
aplica un tratamiento acaricida para dejar que la colmena pase el invierno sin
ácaros. Pero a veces no se hace este tratamiento, o a veces se hace tarde,
entonces la colmena tiene muchos ácaros y patógenos que tienden a manifestarse
más en invierno y que son otra de las causas importantes de pérdida de
colmenas”, explica Karina.
Perfecto. En invierno las abejas
pasan por un momento de mayor susceptibilidad a los patógenos. Pero mirar qué
pasa sólo en invierno es también privilegiar una causa que tiene que ver con
ese encierro, o con algo climático, y no mirar otras cosas que pueden estar
incidiendo. La propia forma de obtener los datos -ver cuántas colmenas se
pierden en invierno- incide en el fenómeno observado.
“Hemos realizado actividades en
conjunto entre Solatina y Coloss. Hicimos un workshop específico de monitoreo
de pérdida de colmenas en el que comparamos la situación en Latinoamérica,
Europa y Estados Unidos, y discutimos los resultados. Allí salió el tema de las
pérdidas de colmenas en verano. Pero ellos no lo quieren incorporar a sus
encuestas y siguen sólo registrando la pérdida durante el invierno”, cuenta
Karina.
Qué forma extraña de analizar un
fenómeno, dice uno luego de leer cómo se hicieron las cosas aquí en
Latinoamérica. Alcanza con ver que en estos dos años de muestreo Argentina tuvo
mayores pérdidas de colmenas en verano (22,1% en 2016-2017 y 13,8% en
2017-2018) que en invierno (20,9% en 2016-2017 y 11,9% en 2017-2018), Brasil en
verano de 2016-2017 perdió 27% de las colmenas, mientras que en el invierno de
ese año sólo perdió 23,2%, y en Chile en el verano de 2016-2017 se perdieron
más colmenas que en invierno del mismo año (28,7% contra 21%).
Para colmo, eso no se registró
sólo aquí: “Se observaron resultados similares en Estados Unidos, donde las
pérdidas en verano alcanzaron o incluso superaron las pérdidas en invierno”,
dice el artículo, que suma además el caso de Sudáfrica, donde en verano se perdieron
hasta 46% de las colmenas. Es como que Europa se estuviera perdiendo parte de
la película.
“Creemos que sí. De hecho, uno de
los planteos de nuestro paper es la importancia de que las pérdidas se
monitoreen todo el año. Es algo que ya habíamos visto en Uruguay en aquel
primer relevamiento de pérdidas de colmenas realizado en 2013”, complementa Karina.
“Por ello una de las conclusiones
del estudio es que si se monitorea solamente un período te estás perdiendo la
otra parte. A nosotros, más aún con estos datos que ahora publicamos y que
muestran un panorama más amplio y comparable, nos parece importante que se
contabilicen las pérdidas anuales”, sostiene.
La ciencia latinoamericana
entonces no sólo se pone al día al ver la pérdida de colmenas de abejas
melíferas a escala regional con una metodología estandarizada y que permite
comparar con otras regiones, sino que además hace dos grandes aportes. Por un
lado, se suma a la evidencia ya reportada en Estados Unidos de que hay que
registrar las pérdidas también en verano, o tomar como indicador más objetivo
la pérdida anual, ayudando a hacerle un dos a uno a los tozudos europeos. Por
otro, es la primera vez que se mide la pérdida de otro tipo de abejas que hacen
miel, en ese caso, las meliponas, en toda una región. Así que una vez más, la
ciencia del sur tiene motivos para sentirse y hacernos sentir orgullosos y
orgullosas.
Artículo: First large-scale study
reveals important losses of managed honey bee and stingless bee colonies in
Latin America
Publicación: Scientific reports
(mayo de 2024)
Autores: Fabrice Requier, Malena
Leyton, Carolina Morales, Lucas Garibaldi, Agostina Giacobino, Martín Porrini,
Juan Rosso, Rodrigo Velarde, Andrea Aignasse, Patricia Aldea, Mariana Allasino,
Daniela Arredondo, Carina Audisio, Natalia Bulacio, Marina Basualdo, Belén
Branchiccela, Rafael Calderón, Loreley Castelli, Dayson Castilhos, Francisca
Contreras, Adriana Correa, Fabiana Oliveira, Diego Silva, Grecia de Groot,
Andrés Delgado, Hermógenes Fernández, Breno Freitas, Alberto Galindo, Nancy
García, Paula Garrido, Tugrul Giray, Lionel Segui, Lucas Landi, Daniel Malusá, Silvia
Martínez, Pablo Moja, Ana Molineri, Pablo Müller, Enrique Nogueira, Adriana
Pacini, María Palacio, Guiomar Parra, Alejandro Parra, Kátia Peres, Eleazar
Pérez, Carmen Soares, Francisco Reynaldi, Anais Rodríguez, Carmen Rossini,
Milton Sánchez, Estela Santos, Alejandra Scannapieco, Yamandú Mendoza, José
Tapia, Andrés Vargas, Blandina Felipe, Lorena Vieli, Carlos Yadró y Karina
Antúnez. FUENTE: LA DIARIA.